domingo, 17 de diciembre de 2017

Felicitación familiar de Navidad. 2017. “Nada mejor que una mezcla de flaquezas”.

Nada mejor que una mezcla de flaquezas para atemperar la arrogancia humana. Ellas nos dan la lección justa para que no nos ensañemos con el prójimo, porque muy a menudo somos nosotros quienes merecemos el castigo. Cuando, iracundos, condenamos, nos llaman suavemente la atención y nos aconsejan dulzura en voz baja.


La frase me impactó en su momento; la había encontrado en el tercer volumen de la Trilogía de Salterton, de Robertson Davies, y la caligrafié, allá por abril de 2016 —http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/search?q=flaquezas —, pero la inicial no me acabó de convencer nunca. Pensé que la frase se merecía otra más acorde. 

Luego, sin prisas, fui buscando la frase original, dado que la única referencia que daba Davies era “Halifax”. Y por fin lo encontré; supe así que éste era el título del marquesado que ostentaba el autor, cuyo nombre era Sir George Saville y que el texto citado se encontraba en la páginas 30-31 de su The Lady’s New-years Gift or Advice to a Daughter, publicado en 1688.
Hoy la repito, con nuestros mejores deseos para todos vosotros.

El original, ahora caligrafiado, dice así: 
Nothing softeneth the Arrogance of our Nature like a Mixture of some Frailties; it is by them we are best told that we must not strike too hard upon others, because we ourselves do so often deserve Blows: They pull our Rage by the Sleeve, and whisper Gentleness to us in our Censure, even when they are rightly applied.

No es, o al menos no lo parece, un mensaje navideño, pero pensamos que sí es un buen propósito para empezar un nuevo ciclo anual: elegir la humildad como ideal de comportamiento y la autocrítica sensata como método para ser un poco más empáticos con los demás. Tener el coraje de mirarnos a ese espejo que son los que nos rodean antes de arrojar la piedra o pronunciar la palabra hiriente. 


El comienzo, como es habitual, está escrito en latín y su significado —¿evidente?— es: 

La familia Torrijos - Van Schoor 
os desea una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo 
2018. 

Pues eso, muchísimas felicidades, a disfrutar en familia… y a ser un poco más humildes, que todo ayuda en esta vida.

En su nombre, 
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Sagitario de 2017 A. D.

P.S.1. Para quienes tengáis tiempo y ganas de un poco de lectura, las reflexiones sobre esta frase, que escribí en su momento a continuación, se encuentran en: http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2016/04/de-la-humildad-como-virtud-reflexiones.html 

P.S.2. Ya no os aburro con datos técnicos; si alguien está interesado en algún material o proceso concreto del trabajo, quedo a su disposición en los comentarios del blog para darle respuesta. Señalar, eso sí, que los dorados conseguidos con el gouache de Schminke y la tinta de Winsor and Newton no se diferencian tanto como esperaba y que, al fotografiarlos, han perdido su brillo (es porque aún no sé iluminar, que conste).

viernes, 15 de diciembre de 2017

Un melocotonero en un Tarot

Llevaba tiempo sin dibujar, sin caligrafiar, sin escribir. Casi sin hacer nada; sólo casi. Sin ni siquiera estar preocupado por mi indolencia ni sintiéndome culpable por mi pereza. Será por algo, me decía. No importa que ahora no sepas por qué, me consolaba; será por algo.
Pero vayamos a lo que nos ocupa: nuestros amigos, Ramón y Mari Carmen, cumplen cuarenta años de matrimonio. Lo saben, lo común es celebrar los 50 pero, seamos sensatos ¿para qué subyugar lo mítico a lo vulgar? 
Cuarenta es uno de los números mágicos en nuestra tradición: son los días y noches que duró el diluvio, los que Moisés anduvo por el Sinaí, esperando las Tablas de la Ley;  los que pasó Jesús en el desierto, tentado por el demonio; la cuaresma que marca el paso del carnaval a la Pascua; en cuarentena se dejaba a los barcos sospechosos de infecciones; las cuarenta se cantan en el tute… ¿a qué viene, pues, eso de esperar? Celebran, como digo, sus cuarenta años de matrimonio.  
Y como será una reunión de auténticos amigos y se indicó que no debían llevarse regalos al estilo tradicional —otra cosa era un discurso, una canción, algo hecho para ellos o para todos—, mi mujer pensó que podríamos aportar un libro para que cada cual dejara escrito lo que deseara para ellos. Un libro de todos.
Ella se encargaría de la encuadernación; yo, de las ilustraciones del principio y final. Ella eligió, esta vez, un estilo que nunca habíamos hecho en casa: la del cosido secreto belga. 




A mí me costó encontrar el motivo. De hecho, siendo sincero, más bien el motivo me encontró a mí. A partir de una idea básica, que consistía en un melocotonero —en alusión al blog de Mari Carmen mediante el cual nos convocaron y nos mantenían informados, https://malacatonesblog.wordpress.com —  fui haciendo “cambios nocturnos”, esto es, añadiendo y cambiando cosas según me sorprendían las ideas al despertarme en plena noche. Y me despierto a menudo; y han sido muchas noches.

Así, cambié la forma de las raíces varias veces, desde un original corazón a una especie de pecho femenino; la proporción de las hojas, la posición de los melocotones en el suelo. Luego me percaté de la forma ovoidal que se formaba y decidí separar cromáticamente el exterior del interior. 

La última ventolada fue una especie de revelación: Supe que, inconscientemente, lo que estaba dibujando era la carta de un Tarot inexistente. Un nuevo arcano mayor de un juego de naipes imaginario hasta ese preciso momento. El número de la carta estaba claro: el 40 (XL en numeración romana); el nombre: El Árbol —era un melocotonero, pero presentí que debía ir más allá, a lo genérico—.
Sobre el idioma en que rotularla, reconozco que dudé entre un mix castellano-catalán —El árbol - L’Arbre— e incluso recurrir al latín. Finalmente opté por el inglés: no sólo es el equivalente moderno al latín medieval; es también la lengua materna de los dos lugares donde podría encontrarse este imaginario Tarot: o en la isla de Neverland, donde habita Peter Pan, o en ese Wonderland subterráneo, donde Alicia conoció al Conejo Blanco, la Reina de Corazones o el Gato de Cheshire.

Por cierto, la frase que decora las dos últimas páginas corresponde al diálogo entre la protagonista y ese gato de sonrisa enigmática.
En la imagen, por supuesto, hay muchas anotaciones simbólicas, tal y como corresponde a este tipo de naipes: 
En la carta, una especie de huevo primigenio encierra tres seres vivos: un melocotonero, un gusano y un cuervo. Esta forma ovoide lo cierra todo, separando un primer interior de un primer exterior, el día de la noche, pero dos elementos se escapan: a la izquierda, la parte final de la filacteria que contiene sus nombres —y que hay que leer de abajo arriba, de la tierra al cielo, tal y como señala también el otro extremo de la filacteria—, que apunta, partida también en dos, hacia abajo. A la derecha, un cuervo que se ha introducido en la obra y cuya cola —que también apunta hacia abajo— roza incluso el extremo del naipe, saliéndose no sólo del dibujo, sino hasta de los márgenes. Este cuervo, que picotea uno de los dos frutos caídos, nos descubre que su hueso, su semilla, es dorada; igual que las anteras de los estambres de las tres flores que hay en el centro de la copa.
Los números predominantes, como puede observarse, son los pares: el seis, el cuatro y el dos, aunque también es fácil encontrar el tres.
La copa del árbol está inscrita en un hexágono, donde el perfil superior es distinto al inferior; en su interior, hay cuatro frutos visibles y esas tres flores ya citadas, de las cuales dos están ya abiertas y una emergiendo. 
Un segundo interior está separado de un segundo exterior: la tierra del aire, encontrándose lo liminar en el suelo, cubierto de hierba, donde reposan los dos frutos caídos y la base del tronco, que permite ver ligeramente el comienzo de las raíces. En ese límite, el melocotón de la izquierda, ligeramente más hundido en la tierra, contiene un gusano como nexo de unión, que de él se alimenta y devuelve la vida al interior para que el árbol pueda seguir creciendo. El de la derecha, picoteado por el cuervo, descubre su semilla dorada y permite preguntarse si permitirá crecer algún día, en un lugar distinto, un árbol nuevo. 
Las raíces son engañosas: parecen cuatro, pero, si se siguen, son únicamente dos sin fin fuera del propio árbol, entrelazadas e imposibles de separar sin romperlo todo. No se alimentan de su final, que no existe, sino a lo largo de todo su recorrido. Diminutos objetos —¿huevos, larvas, semillas…?— rodean y quizás las nutren.
Hasta aquí lo que cualquiera puede observar. Encontrar los significados es cosa del contexto en que aparezca este arcano y la imaginación de cada cual.
Ferdinandus, d. s. bajo el signo de Sagitario del Año del Señor de 2017