martes, 22 de diciembre de 2015

P de Paolo. Estudio previo.


Esa cosa llamada estilo sobre la que tanto insisten es sólo un error que nos conduce a dejar un rastro personal.
Lo importante es que la pintura, con su belleza, remita a la riqueza de la vida humana y al amor, al respeto a los colores del mundo creado por Dios, a la meditación y a la piedad. La identidad del ilustrador no es importante.
              Pamuk, Orhan.— Me llamo Rojo, págs. 34 y 86
Ahora, finalizando el año —o ya finalizado, según se mire—, aprovecho para echar una mirada atrás y hacerme algunas reflexiones.
La primera: sigo sin encontrar eso que llaman “estilo”, ese conjunto de rasgos que define y diferencia lo obra de un autor. Posiblemente sea porque no lo he buscado. Creo que seguiré siendo el eterno aprendiz, constantemente seducido con cada nueva imagen y siempre intentando investigar, buscando nuevos resultados y teniendo siempre presente no olvidar el respeto al mundo creado, la meditación y la piedad.
La segunda: Estoy descubriendo que la caligrafía y la lustración —me refiero a las mías, por supuesto— tienen otra dimensión: son, o pueden ser, un camino de introspección que se suma a una práctica para lograr la calma, el sosiego, casi meditativa en algunos momentos.
Ahora, viendo el trabajo realizado a lo largo del año, me entiendo de otra manera. Lo veo y lo percibo irregular, con subidas y bajadas, lleno tanto de cosas limpias y como de pastiches; algunas, más o menos logradas; otras que dejan mucho que desear. Recuerdo, al verlos, dónde estaba, cómo me sentía, cómo fueron mis estados de ánimo. Y me reconozco desde una perspectiva nueva, más amplia, con esa distancia que sólo permite el paso del tiempo. 
Mi última aportación, el estudio para una P, de Paolo —el nombre cariñoso con el que me refiero a mi hermano Pablo— es extraño y dispar. Una inicial en la que he combinado orlas, trenzas y formas curiosas. 

Una letra que temo pasar a limpio y ponerle colores —esos colores del mundo creado por Dios que cualquier iluminador ha de respetar—, porque no estoy seguro de que el resultado sea, ni de lejos, el que ahora imagino. 

Quizás, como otras veces, haga más de una versión y luego me equivoque a la hora de aplicarla. A la frase de Confucio a la que está destinada, por cierto.
Ferdinandus, d.s. Todavía bajo el signo de Sagitario, recién acabando el otoño.


lunes, 21 de diciembre de 2015

De solsticios, equinoccios y otras naderías. Feliz Navidad y 2016 A.D.


La diferencia entre costumbre y tradición 
radica en el desconocimiento o conocimiento de los orígenes.


Dentro de unas horas, concretamente a las 5 horas y 48 minutos (hora oficial, no solar) del 22 de diciembre de 2015, dará comienzo, astronómicamente, el invierno y entraremos en el signo de Capricornio. La próxima luna llena será el día 25, a las 12 horas 11 minutos, situada en Cáncer. Todo ello según los datos que ofrece el Ministerio de Fomento.
Siempre me he definido como un hombre equinoccial. En este sentido, y lo sé, me repito, defiendo que el comienzo del año debería coincidir con el equinoccio de primavera, alrededor del 21 de marzo. Es en esa fecha en la que comienza el año astrológico —el primer signo, de todos es sabido, es Aries— e incluso, durante ciertos períodos de la Edad Media, y en unos países más que en otros, fue también el comienzo del año litúrgico, el denominado Anno de Gratia (A.G.) — diferenciado así de Anno Domine (A.D.)— que tenía una lógica aplastante: Si Cristo nace en la medianoche del solsticio de invierno, su llegada al mundo no habría que celebrarla ese día y a esa hora, sino cuando María, su madre, queda embarazada y Él se encarna, justo nueve meses antes, en el equinoccio de primavera. Para entender su importancia en nuestra historia “culta” búsquense cuadros de pintores famosos con el tema de la Natividad y compárense con los encontrados del tema de la Anunciación.
¡Pero si hasta en el Concilio de Nicea —allá por el 345 d.C.— uno de los puntos claves fue el establecimiento exacto de la Pascua, fecha alrededor de la cual había de girar el resto del año litúrgico! Y, obviamente, se decidió que fuera el domingo posterior al primer plenilunio tras el equinoccio de primavera. Qué curioso —o quizás no tanto— que en la imaginería cristiana coincidan, días arriba, días abajo, la llegada de Cristo a la Tierra —su encarnación, no su nacimiento— con su muerte, resurrección y ascensión definitiva a los cielos. 
Pero somos animales de costumbres y de celebraciones sin lógica ni tradición. 
Así que, cómo extrañarnos de celebrar el año nuevo el 1 de enero ¿qué pinta esa fecha, qué tiene que ver con el año trópico, tan propicio a establecer hitos y mojones en el tiempo religioso y civil? Pues nada. Cuentan viejas crónicas —creo recordar que lo leí en un texto de G. J. Whitrow, pero no tengo la referencia precisa— que era el momento en que, en la antigua Roma, se elegían cónsules. Ahí es nada. Pero la gente ya se sabe: a su bola.
El debate sería largo y prolijo. Y no merece la pena. Para los cristianos, pues: Feliz Navidad; para los solsticiales: Feliz Año Nuevo. Esa noche será la más larga del ciclo anual. A partir de mañana los días —la luz— irán ganando un corto espacio de tiempo a las noches —la oscuridad—: de ahí que tantos dioses —Cristo, Krisna, Mitra, Osiris …— hayan nacido en esta fecha y pueblos como los griegos o los romanos celebraran la llegada del Nuevo Sol, o Sol Invictus o fiestas agrícolas en honor de Dionisios o Saturno. Es el llamado solsticio hiemal, el que abre la puerta al invierno.
Lo de la Navidad el 24 y la noche vieja el 31, pues, se lo dejo a los aficionados a los villancicos, la jarana, las campanadas y a las uvas.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Sagitario, todavía.

P.S. Por cierto, que Cristo naciera el 24 de diciembre no se decidió por parte de la Iglesia hasta bien entrado el siglo IV, durante el dramático pontificado de Liberio y que dentro de unos días comencemos el año 2016 no se estableció, al parecer,  hasta el siglo VI, cuando el papa Juan I le encargó al monje Dionysius Exiguus que investigara sobre el tema, llegando dicho erudito a la conclusión de que el año de la Encarnación había coincidido con el 754 de la fundación de Roma. Luego siguieron los líos con las fechas, pero eso ya son historias olvidadas y sin sentido para la mayor parte de nosotros nosotros, tan aficionados a la costumbre.


miércoles, 16 de diciembre de 2015

Feliz Navidad 2015 y Año Nuevo 2016

Esta vez, una aclaración previa

A los que sois seguidores registrados de este blog: He intentado enviaros esta felicitación, con un texto un poco más personalizado, antes de publicarla. Me ha sido imposible ya que he sido incapaz de encontrar vuestros e-mails y el apartado “envía un mensaje” no he sido capaz de ponerlo en marcha. He de decir que también he tenido mis dudas debido  a que la felicitación tiene un claro mensaje religioso — por respeto a la tradición, ya que me considero agnóstico—  y desconozco vuestra diferentes sensibilidades al respecto. Aprovecho, pues, este inciso para daros las gracias por vuestra atención y desearos —independientemente de vuestras creencias, insisto— unas felices fiestas y un feliz año nuevo.

Y ahora sí, vamos al detalle. El texto elegido ha sido:

«Conloqui et conridere et vicissim benevole obsequi, simul leger libros duciloquos, simul nugari et simul honestan».

que podríamos traducir como:

"Conversad y bromead entre vosotros, servíos bien, compartid libros de dulces palabras, intercambiad naderías y procuraos atenciones mutuas”.

                             Agustín de Hipona, Confesiones.

Este año, de nuevo, nuestros mejores deseos con una cita de San Agustín, obispo de Hipona (354-430), originalmente dedicada al matrimonio pero que me ha parecido perfectamente extrapolarle a familiares, amigos e incluso a allegados con un cierto nivel de "entrañabilidad".
Por razones peregrinas, esta vez empecé el trabajo con calma, en plena canícula. Y fue este tiempo dilatado el que provocó cambios sustanciales hasta llegar al resultado final. 
Lo único claro que tuve desde el principio fue la inicial C de Carla, que había realizado a tal fin (http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2015/08/c-de-carla.html), aunque esta vez, y dado que tengo la costumbre de trabajar con rojo y verde en estas fechas —por el aquel de mi muy amado acebo— cambié el azul previo e hice algunos retoques.
En principio se me ocurrió trabajar con papel apergaminado, formato cuadrado, pero en el que la frase quedase en diagonal. Realicé, además de los apuntes correspondientes, un primer intento; pero no acabó de convencerme.

Más tarde me decidí por el mismo papel pero en formato apaisado. Tampoco fue de mi gusto e incluso el texto acompañante dejaba que desear: rompía, por ejemplo, con nuestra tradición de felicitar estas fiestas en castellano, flamenco, catalán e inglés (los tres primeros por cuestiones familiares, el inglés por el aquel de la modernidad y por un par de amigas).

Finalmente me decidí por cambiar parte del texto y trabajar en un formato grande —un DIN A3—, con un papel de acuarela de Garzapapel y volver a colocar las consabidas y un poco cursis ramitas de acebo al final. 

Por cierto, los colores originales son más discretos, sobre todo el contraste del rojo y el dorado de la C capitular. La fotografía deja pues, en sus aspectos cromáticos, bastante que desear; un aspecto a mejorar en el futuro.
La frase que inaugura el trabajo, como puede suponerse, significa: La familia Torrijos-Van Schoor os desea.
Feliz Navidad y un Próspero 2016.

Ferdinandus d.s. Bajo el signo de Sagitario

lunes, 23 de noviembre de 2015

Un Curso de Milagros”. Reflexiones sobre la humildad (2) y la diligencia.

Familiares, amigas, compañeras de viaje; queridas y estimadas:
Hoy toca el femenino como genérico. Quedáis incluidos en él no sólo todas, sino también todos.
Hace unos meses os dedicaba y os enviaba una caligrafía —Gracias por tu presencia— en la que, además de agradeceros eso, vuestra presencia en mi vida, hacía una serie de reflexiones sobre la humildad como virtud.
Hoy, y también antes de hacer partícipes a otras compañeras de viaje un poco más lejanas vía redes sociales, quiero enviaros otra frase y otra reflexión al hilo de la anterior.
La frase es de Marianne Williamson y está relacionada con un libro, Un curso de milagros, que me regaló hace tiempo un buen amigo y que aún no he leído, quizás porque no es un libro de leer porque sí, sino cuando se siente que es el momento de acercarse a él.
El texto —esta variante de cursiva caligrafiada por mi no siempre es muy legible, lo reconozco— dice así: 
“Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es el hecho de que somos poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, elegante, talentoso, extraordinario? Pero, en realidad, ¿Quién eres tú para no ser así? De hecho, eres hijo de Dios. Tu pequeñez no le sirve al mundo. Desmerecerse, para que los demás no se sientan inseguros a tu lado, en nada tiene que ver con la Iluminación. Todos estamos hechos para brillar, como brillan los niños. Nacemos para manifestar la gloria del Dios qué está en nuestro interior. Y no es que esté solamente en algunos; está en todos nosotros. Cuando permitimos que nuestra propia luz brille, inconscientemente damos a otros permiso para que brillen también. En la medida en que nos liberamos de nuestros propios miedos, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.”

Parece ser que defiende el orgullo, que no la soberbia, pero yo creo que profundiza en la virtud de la humildad. Y en esa otra virtud muy olvidada que es la diligencia, la opuesta al pecado de la pereza. Aunque, personalmente y aunque no sean sinónimos, prefiero la variante de acidia o acedía. 
A los más cercanos ya os he machacado alguna vez con el tema, así que no redundaré demasiado: en otras reflexiones sobre otra caligrafía, escribí al respecto: 
Al parecer, aunque la pobreza idiomática actual las considere sinónimas, algunos teólogos de la antigüedad diferenciaban la simple pereza de la acidia, un pecado mucho más grave. Afirmaban aquellos pensadores que Dios, en su complejo plan para el Mundo, nos habría concedido a cada persona unos dones concretos, acompañados del mandato de utilizarlos para nuestro desarrollo personal y el bienestar de nuestros semejantes. Ignorar o no utilizar esos dones, que era en lo que consistía este terrible pecado, era al tiempo un desprecio al Creador y un perjuicio para la comunidad, que se veía así privada de una piedra necesaria, y quién sabe si fundamental, para construir un mundo mejor, más justo y más solidario.
Con mis mejores deseos para todos vosotros. Que la vida nos sea propicia y rica en experiencias positivas. Y para conseguirlo, seamos humildes sin dejar de ser diligentes; atrevámonos a brillar, por poco que sea o nos lo parezca. Nos lo merecemos cada una de nosotras y se lo merecen quienes nos rodean. 
Para empezar, podemos intentar conocernos mejor, con el fin de aceptar y trabajar esos magníficos dones que tenemos.
Y reitero lo ya dicho, gracias por vuestra presencia, por vuestro ser y estar. 
Fernando

P.S. 1. El concepto de Dios, por favor, tómelo cada cual como mejor le parezca. Yo la hago desde el agnosticismo, otras lo haréis desde la fe. Es una opción personal.
P.S. 2. Por si alguna no recuerda o quiere rememorar: además del e-mail enviado en su momento, las referencias son las siguientes:


De “Un curso de Milagros”

De nuevo sobre pergamino y utilizando la N de Norbert que había trabajado hace unos días. Esta vez he ido sobre seguro con los colores y he utilizado la tríada clásica, azul cobalto, carmín y dorado. 

La letra ha tenido que ser una cursiva y, además, apretada, ya que el texto era muy largo, lo que ha obligado, también, a reducir un poco la inicial. He probado la separación con azul entre palabras —lo que permite darse cuenta de que tenía el texto mal calibrado y, al final, el espaciado es menor—.
Ferdinandus, d.s.

Bajo el signo de Escorpio

jueves, 19 de noviembre de 2015

La envidia es fea y deforme. Der Neid ist hässlich und unförming. Jutta von Sponheim. 2. ROJO.

Este trabajo es continuación —una simple variante, de hecho— del anterior, con una tipografía rotunda y el color rojo como dominante.

Como en el anterior, he trabajado también sobre pergamino y los primeros trazos los realicé con una plumilla de dos puntas (una Bengala Nº 331 que me da la sensación de ser bastante vieja).

A mí me gusta los dos, aunque la combinación de azul y rojo me resulta, una vez vistos los resultado, más atractivo. Pero hay gustos para todo.
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio


domingo, 15 de noviembre de 2015

La envidia es fea y deforme. Der Neid ist hässlich und unförming. Jutta von Sponheim. 1. AZUL.

Hace años descubrí a una monja benedictina con una de las vidas más apasionantes de la Edad Media: Hildegard von Bingen: visionaria, mística, profetisa, escritora, naturalista, compositora y médica tuvo una producción de obras extraordinaria. Muy avanzada para su época —vivió entre el 1098 y el 1179— propuso la importancia de la música en los procesos terapéuticos e investigó en las propiedades de las plantas.  
Yo la descubrí de un modo curioso: parece ser que fue una de las primeras en potenciar el uso del lúpulo en la fabricación de cerveza —hubo experiencias previas, como la de la abadía de Lobbes a partir del 868—, lo que conllevó diversas ventajas ademas de conferirle ese extraordinario sabor amargo que ahora adoramos los aficionados a esta bebida.

Jutta von Sponheim fue, durante años, su maestra y mentora, primero en el castillo familiar y, posteriormente, en el monasterio benedictino de Disibodemberg, donde los monjes les cedieron una parte para acoger más vocaciones y en el que ambas ejercerían como abadesas (Hildegard a la muerte de Jutta). A ella se le atribuye esta hermosa frase donde contrapone, al vicio de la envidia, el poder del amor.
A nivel técnico, esta vez he trabajado con un nuevo pergamino que adquirí por Internet (artepergamino.com) y para el texto he utilizado nogalina, escribiendo primero con una plumilla de doble punta y rellenando y degradando la parte inferior posteriormente.
La tipografía utilizada ha sido un variante de la batarde y la D mayúscula, como estaba previsto, está basada en un trabajo previo (http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2015/10/d-de-diana.html) con modificaciones que adjunto de la parte inferior.

Por cierto, este trabajo estuvo, desde sus inicios, pensado para hacer un regalo a una amiga de casa y su familia, así que el color y la tipografía los ha decidido mi esposa. Como hubo dudas, me decidí a hacer una segunda versión, con otra tipografía y la inicial en color rojo. Pronto la colgaré.
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio


P.S. Si te interesa, puedes ver la película Visión, la historia de Hildegard von Bingen (Margarethe von Trotta, 2009), para los amantes del mundo medieval, y para los que defendemos las luchas de las mujeres por la igualdad, es muy recomendable.

viernes, 13 de noviembre de 2015

N de Norbert

Me estoy planteando caligrafiar una frase de Marianne Williamson, tomada de un texto que me regalaron hace poco: Un curso de milagros. Como siempre, he comenzado diseñando la inicial, una N, y dedicándola a alguien de la familia, mi sobrino Norbert. 
En este caso, primero empecé con un trazado en cuadrado, pero en vista de que el texto era un poco largo, me planteé elongarla y me decidí, por aquello de probar, a utilizar la proporción áurea en la relación entre base y altura. 



La verdad es que me parece un poco desproporcionada en altura, pero qué se le va a hacer, los números son los números.

La decoración ha sido una especie de vigne blanche simplificada y, como en el texto habla de luz y oscuridad, decidí realizar el fondo interior degradado, de un azul oscuro a uno claro (acuarelas Schminke Horadam números 486 —cobalto— y 481 —celeste—).

El papel es un trozo de una cartulina con mucho “grano” que tenía por casa. Me ha funcionado muy bien con el pincel pero no con la plumilla. Con el pan de oro voy haciendo pruebas “caseras” para lograr un cierto relieve, pero todavía no he conseguido la homogeneidad que me hubiera gustado. Seguiré en ello.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Escorpio

jueves, 29 de octubre de 2015

Barbarie vs. Humanidad (o viceversa) en El Gran Hotel Budapest


¿De qué sirve polemizar con la nada? Ya es hora de serenarnos, de triunfar sobre la fascinación de lo peor. No todo está perdido: quedan los bárbaros. ¿De dónde surgirán? No importa. Por el momento, bástenos saber que su arrancada no se hará esperar, que mientras se preparan para festejar nuestra ruina meditan sobre los medios para volver a erguirnos, para poner punto final a nuestros raciocinios y a nuestras frases. 

                                   E. M. Cioran, La tentación de existir.

Cada cual interpreta lo que ve, crea lo que percibe. Tiene que ver con quiénes somos, pero también con qué hemos vivido previamente, incluso casi inmediatamente antes. 
Unos días antes habíamos visto Whiplash (Damien Chacelle, 2014), una película dura, que narra la vida de un joven batería de jazz que intenta triunfar y cómo un profesor —el Sr. Fletcher— aplica una metodología realmente dura para conseguirlo. Sólo el esfuerzo máximo, sobrehumano, puede llevar a la gloria, parece indicarle constantemente. Únicamente si soportas la inmensa presión que conlleva puedes acceder al triunfo. Lo demás, la vida, el amor, la familia, no cuenta: sólo la gloria. En un momento, Fletcher dice una frase que, más o menos, era así: “bien hecho” es algo que no se debería decir nunca; porque todo se puede mejorar. Me agobió, lo reconozco, esa ansia neurótica por el perfeccionismo tan en boga en algunas sociedades y grupos.
Después vimos, también en familia, El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson, 2014). De nuevo una relación maestro-alumno, pero en esta ocasión se defiende la humanidad. Se busca el éxito pero no a cualquier precio. En un momento determinado, Mr. Gustave, el conserje, el maestro, le dice a Zero, el discípulo, el botones: “bien hecho”. Sonreí al oírlo.
Cada cual, reitero, interpreta lo que ve. Yo, en Gran Hotel Budapest, decidí ver una película que trataba de la dialéctica entre Humanidad y Barbarie, una historia de la lucha contra la decadencia. 
Paradójica, porque la puesta en escena podría clasificarse como estéticamente “decadente” y donde los valores de los protagonistas parecen trasnochados y fuera de lugar. Y a pesar de todo, me pareció la más actual de las dos. Porque propone un futuro con corazón.
La historia: un flashback en que un escritor moderno describe cómo conoció a Zero y éste le relata sus aventuras como seguidor del mítico monsieur Gustave.
El lugar central: un hotel de lujo situado en un país imaginario, la república de Zubrowka, en el centro del continente.
El contexto histórico: la Europa de entreguerras.
Los protagonistas: Mr. Gustave, conserje del idílico hotel que, además de planificar a la perfección la marcha del establecimiento, perfumarse con la exclusiva L’Air de Panache o leerle poesías al resto de los empleados a la hora de las comidas, se dedica a “mantener contentas” a las señoras entradas en años que vuelven cada año con la excusa de “tomar las aguas”; Zero Mustafá, un botones, que se convierte en el protegido de Mr. Gustave; y Agatha, trabajadora de una pastelería exquisita, que acabará prometida con Zero.
Siendo tan diferentes tienen, sin embargo, mucho en común: su pasión por hacer bien su trabajo, su fidelidad al establecimiento y a los amigos, su sentido del honor, una opinión de la vida en la que las formas son básicas…. etc. etc.
El argumento: Nuestro admirado conserje recibe, en el testamento de una de las octogenarias a las que consuela, una pintura renacentista de gran valor que la familia de la finada, por supuesto, no está dispuesta a perder. Los tres protagonistas se encargarán, mediante audaces peripecias, de recuperarla.
Así de sencillo. Y sin embargo…
Lo me me conmovió, aparte de la belleza de la puesta en escena, el trabajo de sus actores y la meticulosidad de su montaje, fue su fondo, su moraleja: Frente a la Barbarie sólo puede erigirse la Civilización como epítome de la Humanidad, representada en su caso por el formalismo más acendrado, la defensa de la buena educación en las relaciones sociales y un sentido intemporal de la justicia. Todo ello apoyado en la defensa de mantener, en cualquier situación y aunque puedan parecer ridículas, absurdas e incluso contraproducentes, eso que antes se daba en llamar “las buenas maneras”.
De no ser así, parecen decirnos, de rendirnos a la falta de educación, a la grosería y a la insensatez implícita en la aceptación de la tiranía de la modernidad, la civilización está perdida y únicamente le queda seguir, acelerada, el camino en curso: el de la decadencia.
* * * * *
Decadencia, palabra maldita. En Occidente es un tema recurrente; ya desde los tiempos de San Agustín se aceptó la idea de que las sociedades, al igual que cualquier otro ser vivo, tienen un ciclo de vida —nacimiento, plenitud, envejecimiento y muerte— y, por tanto, sólo queda dilucidar en qué etapa nos encontramos y cuánto puede durar. Luego vendría  Edward E. Gibbon, que en el s. XVIII pondría los pilares con su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, y lo coronaría Oswald Spengler con la publicación de La decadencia de Occidente, precisamente en la época de entreguerras en la que se sitúa esta historia.
Incluso hoy, y a pesar de las apariencias de triunfo del desarrollo científico y tecnológico, no es difícil encontrar argumentos pesimistas para justificar que ese camino hacia el precipicio es ya imparable, al menos en Europa. 
De entre estos múltiples argumentos, el del envejecimiento demográfico quizás sea el más palmario, aunque hay quien prefiere el deterioro ecológico, el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales o el fin del ciclo consumista. Y, visto lo visto,  más de uno se prepara, tras una minuciosa atención a los medios de comunicación, para un final quizás no muy lejano de nuestra forma de vida, a todas luces, según los agoreros, insostenible.
¿Quiénes serán los próximos dominadores tras la desaparición de los modernos dinosaurios (nosotros)? Pues como ya señaló Cioran, los de siempre: los bárbaros. Pueblos ajenos, demográficamente jóvenes, optimistas, luchadores, ambiciosos, poseídos de un claro sentido de la existencia, creyentes en su futuro y alejados de esa triste afición a la complacencia en la mierda tan propia de la autocrítica vana, metódica y sistemática con que tantos se prodigan por aquí. 
Pero, señalan los entendidos, de forma similar al citado Imperio Romano, antes de la llegada de bárbaros exteriores triunfarán —ya están triunfando— los interiores, los nuestros, los “de casa”. Y dejo al albur de cada cual que los elija, los clasifique y cuantifique su impacto.
Pero volvamos de nuevo atrás. En la Europa de entreguerras los bárbaros interiores triunfaron plenamente y únicamente con posterioridad estuvieron claramente tipificados. Fueron los regímenes totalitarios que triunfaban por doquier, de la Alemania nazi a la Rusia estalinista y otros “ismos” al uso. Lo cual no ha evitado que, pese a la derrota de los fascismos, la aparente moderación de nacionalismos exacerbados y la caída del Muro de Berlín, hoy se hayan suavizado las críticas a sus seguidores más recalcitrantes, que aún campan por sus respetos proclamándose, de nuevo, “salvadores de pueblos y de patrias”.
En la primera mitad del siglo XX llegaron y se impusieron —con distintas suertes y con duraciones dispares—  porque las hipócritas democracias nominales se manifestaron débiles, cobardes e incapaces de ejercer su poder legítimo para enfrentarse a la fuerza bruta y defender sus ideales con decisión y valor. En una palabra: decadentes frente a la barbarie apoyada de forma suicida, incluso, por una buena porción de sus habitantes, muchos de ellos pretendidos intelectuales.
Se repetía desde la antigua Grecia —y se sigue repitiendo— un esquema ya clásico de las decadencias: Los aristoi —“los mejores”— renuncian a hacerse cargo de sus responsabilidades sociales y se convierten en tiranos. La palabra aristocracia, lejos de mantener el significado original, pasa a definir a los componentes de una élite formal, hereditaria, cobarde y decadente, que acabará plegándose a cualquier cosa con tal de mantener los privilegios derivados de su estatus, aunque sea cambiando de chaqueta (en otros tiempos y lugares fueron condes y marqueses, o miembros del Politburó o la intelligentsia, ahora podrían ser políticos y empresarios afines). 
En estas nuevas fases, a veces tras vicisitudes y revoluciones, otros nuevos conceptos entran a dominar la escena política y social disfrazados de una cacareada democracia —el gobierno del pueblo— más formal y aparente que real: 
La plutocracia —el poder de la riqueza—, que tiende a dominar las instituciones y a diseminar la corrupción para mantenerse en el poder;
La oclocracia —la tiranía de la mayoría—, que se manifiesta cuando la demagogia se convierte en la forma de acceder al gobierno y el “pueblo”, tras el indoctrinamiento y la manipulación —el triunfo de los “ísmos”—, se ha convertido en plebe, en chusma (oclos); y por último, y como resultado de todo lo anterior, llega el triunfo de 
La cacocracia, opuesta a la original aristocracia y que significaría, esta vez de forma categórica, “el gobierno de los peores”. 
En ella hay que asumir que la corrupción y el descalabro, la incompetencia palmaria de los dirigentes y la voz en grito para tapar el vacío de ideas, estarán servidas como plato del día y la fuerza —del dinero, de las armas, de los demagogos, de los inútiles organizados— triunfará de forma incontestable arrollando a quienes no se identifiquen con la tribu del “ismo” dominante y comulguen con sus ruedas de molino.
En este ambiente, perfectamente retratado en la Europa de entreguerras, pero quizás no tan ajeno a nuestros propios tiempos, estos tres personajes, ajenos a las estúpidas élites tradicionales a las que sirven con su trabajo, se disponen a mantener las formas, a defender la educación esmerada y las buenas maneras y a salvar lo insalvable. 
Y, siendo como son contradictorios, al tiempo humildes y ambiciosos, valientes y amantes de la buena vida y la comodidad, lo logran manteniendo en pie, mientras pueden, su pequeño mundo, el Gran Hotel Budapest
Si no se puede salvar al mundo, parecen decirnos, salvemos nuestro hogar; si no podemos detener la caída, porque no somos dioses y estamos solos frente a tanta necedad y cobardía, luchemos, al menos, para ralentizarla. 
Si la Civilización está en peligro, intentemos coexistir —sin contaminarnos—al lado  de las nuevas élites bárbaras que tanto aplaude esa plebe animada, apreciando el valor de un clarete de buena añada y una opípara comida. Y que el resto del mundo (nosotros, de nuevo) pierda el tiempo lamentándose de todo lo que ha perdido por su cobardía y su estulticia. Mientras llegan los nuevos bárbaros que lo limpiarán todo. Amén.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio

miércoles, 28 de octubre de 2015

Barbarie vs. Civilización. El Gran Hotel Budapest.

“There are still faint glimmers of civilization left in this barbaric slaughterhouse that was once known as humanity. Indeed that's what we provide in our own modest, humble, insignificant... oh, fuck it”. 
Traducción: “Aún hay tenues destellos de civilización en este bárbaro matadero que una vez fue conocido como humanidad. De hecho eso es lo que ofrecemos en nuestra modesta, humilde e insignificante ... oh, mierda!”

Este trabajo, como ya indiqué en un post anterior, es una frase caligrafiada para mi hijo Guillermo, con el que vimos la película El Gran Hotel Budapest, donde el protagonista, Mr. Gustave, la pronuncia en un momento dado.


Tiene un punto paradójico que nos encantó: tras una primera afirmación categórica sobre la decadencia, un reniego malsonante. 
La he realizado en base a dos colores muy simbólicos, el rojo escarlata de la tinta de Winsor & Newton Calligraphy, para la inicial —un color tan caro a banderas y estandartes—, y el negro marfil de la acuarela Schmincke Horadam nº 780 para el texto.
El soporte ha sido un papel artesano con barbas  los cuatro lados y relieve rugoso, con un formato un tanto especial (30x14 cm.)


Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio.

lunes, 26 de octubre de 2015

T de Teresa

El resultado final. He utilizado un papel con barbas a los cuatro lados, de poco gramaje y un suave color crema. Me encanta la textura de estos papeles artesanales —desconozco la marca, lo compré hace tiempo— pero tienen algunos inconvenientes, siendo el más importante que las plumillas rascan la superficie y eso me plantea problemas, si bien con pigmentos aplicados con pincel ha funcionado de maravilla.

Como ya indiqué en la entrada anterior, la inicial ha sufrido algunas modificaciones a lo largo de su corta vida. La última, una simplificación de algunos trazos en su aplicación a ser la inicial de un texto, ya que el tamaño, menor, dificultaba las cosas.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio

domingo, 25 de octubre de 2015

T de Teresa (bocetos)

Hace poco disfrutamos en familia de una película que nos recomendó nuestro hijo Guillermo —El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson, 2014)—. En un momento determinado, el protagonista, Mr. Gustave, dice una frase hermosa y contradictoria. Unos días después mi hijo debía marcharse de nuevo y me comentó que le gustaría que le caligrafiara esa frase, así que a ello me he puesto. 
Antes de nada, debía trabajar la inicial, una T, para la que me inspiré en formas cadeaux, pero trabajadas a mi manera.
Como ya acostumbro, esta inicial se la he dedicado a un miembro de mi familia, en este caso, a mi cuñada Teresa (aunque en estos bocetos no conste).
Como siempre, también, ha habido varios intentos y correcciones. Empecé con un trazado circular, pero posteriormente lo transformé porque necesitaba, para encuadrar la frase, que fuera más ovaloidal.


Aún ha habido más cambios, ya que, al ser el formato de la inicial de la frase menor, he tenido que simplificar algunos trazos. Pero esto ya es otra historia.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra

jueves, 22 de octubre de 2015

D de Diana

Las cosas salen como salen. Y, en mi caso, es frecuente que la improvisación, la búsqueda de soluciones e ideas emergentes que ni yo había imaginado acaben imponiéndose a lo planificado. He aprendido a aceptarlo y a agradecerlo.
Es la historia de esta “D”. Empecé preparando la caligrafía de una cita de la monja benedictina Jutta von Sponheim (1091-1136). Para ello busqué ideas para diseñar la D inicial y, una vez organizada, me percaté de que tenía demasiados detalles para hacerla tan pequeña como yo había previsto (siendo sincero, reconozco que mi pulso y mi vista dejan ya que desear). Así que tiré todo lo que tenía y comencé a trabajar a un tamaño mayor. Luego vinieron cambios sucesivos y, finamente, decidí dejar para más tarde la cita de la Madre Jutta y probar de realizar únicamente la inicial y en un formato más cómodo.

Los colores también variaron y pasaron de la policromía a quedar reducidos, básicamente, al azul cobalto y el dorado, aunque mi idea es, cuando la coloque en el texto, realizarla en rojo.
Los finales inferiores, inacabados aquí —y que la hacen semejarse a una P—, tienen como misión completar el encuadre del texto.

El papel utilizado ha sido un Garzapapel para acuarela de 20,5 x 14,5 cm. y el azul de base es un gouache (el 512 de Talens). El dorado está realizado con pan de oro falso y también he usado, para acabar la decoración, tinta blanca de Winsor & Newton y acuarela azul celeste (481 de Schmincke).
Las fuentes de inspiración, esta vez, han sido una H (Aarau Aargauer Kantonsbibliothek Cologne 1330-1335) para la nueva mayúscula y, para el decorado interior, el de una U (Divinae institutiones, auctore L. C. Lactantio Firmiano).
Como suele pasarme cada vez que acabo algo, me acaban gustando más los bocetos preparatorios a lápiz sobre papel de esbozo que el trabajo final. Pero ya lo he aceptado.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra.

P.S. Siguiendo una costumbre iniciada hace poco, bautizo a mis iniciales con el nombre de algún miembro de de mi familia o amigo. En este caso, la D ha correspondido a mi sobrina Diana.


miércoles, 14 de octubre de 2015

El Árbol del Conocimiento. Versión 2.

Para está versión he utilizado el mismo tipo de papel, también granulado aunque con una textura diferente, barbas a los cuatro lados y tono crema. El formato sigue siendo el DIN A4.
El diseño del árbol fue prácticamente el mismo que en la versión anterior, pero cambié por completo la serpiente, a la que le di una forma de espiral hacia el interior.

He limitado la gama de colores y he trabajado con acuarelas y con tinta roja. La idea de romper tradiciones y hacer el árbol en azul se la debo a mi esposa, más moderna —o menos condicionada por la tradición— en algunos aspectos que yo. Tuve problemas para la elección de tonos con la serpiente, ya que hubiera deseado hacerlo todo en azul, pero no destacaba lo suficiente.

No me han acabado de convencer los frutos en dorado (12, como siempre); en cambio, la idea de invertir los colores entre el tronco y la raíz y el degradado en la “toma de tierra” me ha gustado. 
A las letras hebreas les di algo de volumen y brillo. El resultado es muy mejorable pero también seguiré experimentando.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra.

lunes, 12 de octubre de 2015

El Árbol del Conocimiento. Versión 1.

No es la primera vez que trabajo con el tema del Árbol. Si Dios quiere, no será la última. Me he sentido siempre atraído por su simbolismo: sus formas, sus números, los primeros vestigios de ofidiolatría en la tradición judeo-cristiana, la génesis del dragón vinculado al conocimiento y la naturaleza recuperado después en el ciclo artúrico… El árbol, siempre recordado.
En el Génesis no se habla de uno, sino de dos: el del Conocimiento (עֵץ הַדַּעַת טוֹב וָרָע) ampliado a “del Bien y del Mal” y el de la Vida —éste último también presente en otros sistemas míticos—. Adán y Eva tenían prohibido comer del primero, ya que hacerlo les permitiría entender la existencia del segundo y, si comieran también de sus frutos, alcanzar también ellos la divinidad.
La historia siempre me ha parecido inquietante por varias razones: en mi juventud despertó mis primeras suspicacias frente a un Dios que jugaba con unas reglas que ni entendía ni compartía; después observando la persistencia de la defensa de la ignorancia como fuente de felicidad (creo recordar que era la secta de los nestorianos la que tenía como lema, para alcanzar la plenitud, el “ignota nulla cupido”, la ausencia de deseo de lo desconocido); finalmente, al entender ciertas inquinas de la religión contra la ciencia. 
Pero lo que siempre me atrajo más fue su idea de Utopía suprema: tras la expulsión de Adán y Eva, Yahvé no destruye el Paraíso: simplemente pone como guardianes a unos querubines para impedirles a ellos y sus descendientes que regresen, coman los frutos del Árbol de la Vida y se conviertan, de esa manera, en Dioses.

A nivel “técnico”, con esta primera versión tuve diversos problemas (no me acababa de gustar la forma de enroscarse la serpiente, metí la pata con el dorado de los frutos…). Tantos fueron que opté por tirarlo y hacer un trabajo nuevo. Pero me dije que no debía rendirme, que los errores están para aprender y que por ahogados, al río. 

Y a base de correcciones y chapuzas, he logrado un resultado más o menos —aunque más menos que más— decente. 

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra
P.S. El tema del árbol, del que este trabajo es complementario, lo he tratado también, por ejemplo, en:  http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2012/02/oracion-de-la-serenidad-boceto-de-la-s.html 


jueves, 8 de octubre de 2015

Anneli & Manuel

Normalmente me tomo las cosas con calma. Entiendo la caligrafía como una actividad terapéutica y una práctica del movimiento Slow
Pero esta vez no ha sido así, aunque he de reconocer que me ha venido bien trabajar un poco bajo presión, sin tiempo para divagaciones y ensayos múltiples. 
Ha sido, además, una actividad familiar. La idea surgió de mi esposa, cuando nuestro hijo mayor, que ha pasado unos días en casa, le pidió consejo porque quería llevarles un detalle a una pareja especial. Yo me animé enseguida con la propuesta y empecé a trabajar en el diseño. Mi esposa fue también la que propuso que hiciéramos algo que incluyera unas tapas para mejorar la presentación y nuestras hijas colaboraron con sus opiniones. En fin, un brainstorming de familia en toda regla.
El problema era el tiempo; esto se decidía el jueves por la noche y nuestro hijo tomaba el avión a primera hora del lunes. Se necesitaban bastantes horas y había pocos días. El viernes ya estaba realizado y corregido el primer boceto, ya que en principio había diseñado una A y una M entrelazadas que me gustaban, pero al colocarles el resto del texto me parecieron muy “delgadas”, así que tuve que realizar un segundo ensayo y “engordarlas” un poco.



Los materiales los adquirimos en Raima, en Barcelona. Guillermo eligió tres papeles artesanos; para el texto, una hoja de 21 x 21 cm. aproximadamente, en un acertado tono crema; para la cubierta de la encuadernación un papel realizado con hojas de plantas de un tono azul grisáceo precioso —en la fotografía no se percibe, pero al natural es posible observar algunas nervaduras— y, para las guardas, un marmoleado con tonos rojizos, ambos que combinaran con el azul cobalto y rojo de las iniciales.
De la encuadernación de las tapas se encargó mi esposa, que tiene mejor mano que yo, dado que el papel era difícil de trabajar por su relieve y su delicadeza.  




Las minúsculas son una variación, elongada, de la tipografía Claudius, aunque las iniciales son un tipo de Rotunda.

Para acompañar los nombres opté por una frase de El persa, de Plauto (254 a.C. - 184 a. C.) que ejemplifica perfectamente la relación entre la capacidad de Amar y de Ser: “Nihil est qui nihil amat”  (Nada es —o vale— quien nada ama).


Tuvimos poco tiempo y quedan algunos pequeños errores —el dorado con símil de pan de oro aún no lo tengo dominado— pero acabamos satisfechos. Hacía tiempo que no participábamos en algo concreto todos juntos… y ese ha sido un regalo extraordinario.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Sagitario