jueves, 29 de octubre de 2015

Barbarie vs. Humanidad (o viceversa) en El Gran Hotel Budapest


¿De qué sirve polemizar con la nada? Ya es hora de serenarnos, de triunfar sobre la fascinación de lo peor. No todo está perdido: quedan los bárbaros. ¿De dónde surgirán? No importa. Por el momento, bástenos saber que su arrancada no se hará esperar, que mientras se preparan para festejar nuestra ruina meditan sobre los medios para volver a erguirnos, para poner punto final a nuestros raciocinios y a nuestras frases. 

                                   E. M. Cioran, La tentación de existir.

Cada cual interpreta lo que ve, crea lo que percibe. Tiene que ver con quiénes somos, pero también con qué hemos vivido previamente, incluso casi inmediatamente antes. 
Unos días antes habíamos visto Whiplash (Damien Chacelle, 2014), una película dura, que narra la vida de un joven batería de jazz que intenta triunfar y cómo un profesor —el Sr. Fletcher— aplica una metodología realmente dura para conseguirlo. Sólo el esfuerzo máximo, sobrehumano, puede llevar a la gloria, parece indicarle constantemente. Únicamente si soportas la inmensa presión que conlleva puedes acceder al triunfo. Lo demás, la vida, el amor, la familia, no cuenta: sólo la gloria. En un momento, Fletcher dice una frase que, más o menos, era así: “bien hecho” es algo que no se debería decir nunca; porque todo se puede mejorar. Me agobió, lo reconozco, esa ansia neurótica por el perfeccionismo tan en boga en algunas sociedades y grupos.
Después vimos, también en familia, El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson, 2014). De nuevo una relación maestro-alumno, pero en esta ocasión se defiende la humanidad. Se busca el éxito pero no a cualquier precio. En un momento determinado, Mr. Gustave, el conserje, el maestro, le dice a Zero, el discípulo, el botones: “bien hecho”. Sonreí al oírlo.
Cada cual, reitero, interpreta lo que ve. Yo, en Gran Hotel Budapest, decidí ver una película que trataba de la dialéctica entre Humanidad y Barbarie, una historia de la lucha contra la decadencia. 
Paradójica, porque la puesta en escena podría clasificarse como estéticamente “decadente” y donde los valores de los protagonistas parecen trasnochados y fuera de lugar. Y a pesar de todo, me pareció la más actual de las dos. Porque propone un futuro con corazón.
La historia: un flashback en que un escritor moderno describe cómo conoció a Zero y éste le relata sus aventuras como seguidor del mítico monsieur Gustave.
El lugar central: un hotel de lujo situado en un país imaginario, la república de Zubrowka, en el centro del continente.
El contexto histórico: la Europa de entreguerras.
Los protagonistas: Mr. Gustave, conserje del idílico hotel que, además de planificar a la perfección la marcha del establecimiento, perfumarse con la exclusiva L’Air de Panache o leerle poesías al resto de los empleados a la hora de las comidas, se dedica a “mantener contentas” a las señoras entradas en años que vuelven cada año con la excusa de “tomar las aguas”; Zero Mustafá, un botones, que se convierte en el protegido de Mr. Gustave; y Agatha, trabajadora de una pastelería exquisita, que acabará prometida con Zero.
Siendo tan diferentes tienen, sin embargo, mucho en común: su pasión por hacer bien su trabajo, su fidelidad al establecimiento y a los amigos, su sentido del honor, una opinión de la vida en la que las formas son básicas…. etc. etc.
El argumento: Nuestro admirado conserje recibe, en el testamento de una de las octogenarias a las que consuela, una pintura renacentista de gran valor que la familia de la finada, por supuesto, no está dispuesta a perder. Los tres protagonistas se encargarán, mediante audaces peripecias, de recuperarla.
Así de sencillo. Y sin embargo…
Lo me me conmovió, aparte de la belleza de la puesta en escena, el trabajo de sus actores y la meticulosidad de su montaje, fue su fondo, su moraleja: Frente a la Barbarie sólo puede erigirse la Civilización como epítome de la Humanidad, representada en su caso por el formalismo más acendrado, la defensa de la buena educación en las relaciones sociales y un sentido intemporal de la justicia. Todo ello apoyado en la defensa de mantener, en cualquier situación y aunque puedan parecer ridículas, absurdas e incluso contraproducentes, eso que antes se daba en llamar “las buenas maneras”.
De no ser así, parecen decirnos, de rendirnos a la falta de educación, a la grosería y a la insensatez implícita en la aceptación de la tiranía de la modernidad, la civilización está perdida y únicamente le queda seguir, acelerada, el camino en curso: el de la decadencia.
* * * * *
Decadencia, palabra maldita. En Occidente es un tema recurrente; ya desde los tiempos de San Agustín se aceptó la idea de que las sociedades, al igual que cualquier otro ser vivo, tienen un ciclo de vida —nacimiento, plenitud, envejecimiento y muerte— y, por tanto, sólo queda dilucidar en qué etapa nos encontramos y cuánto puede durar. Luego vendría  Edward E. Gibbon, que en el s. XVIII pondría los pilares con su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, y lo coronaría Oswald Spengler con la publicación de La decadencia de Occidente, precisamente en la época de entreguerras en la que se sitúa esta historia.
Incluso hoy, y a pesar de las apariencias de triunfo del desarrollo científico y tecnológico, no es difícil encontrar argumentos pesimistas para justificar que ese camino hacia el precipicio es ya imparable, al menos en Europa. 
De entre estos múltiples argumentos, el del envejecimiento demográfico quizás sea el más palmario, aunque hay quien prefiere el deterioro ecológico, el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales o el fin del ciclo consumista. Y, visto lo visto,  más de uno se prepara, tras una minuciosa atención a los medios de comunicación, para un final quizás no muy lejano de nuestra forma de vida, a todas luces, según los agoreros, insostenible.
¿Quiénes serán los próximos dominadores tras la desaparición de los modernos dinosaurios (nosotros)? Pues como ya señaló Cioran, los de siempre: los bárbaros. Pueblos ajenos, demográficamente jóvenes, optimistas, luchadores, ambiciosos, poseídos de un claro sentido de la existencia, creyentes en su futuro y alejados de esa triste afición a la complacencia en la mierda tan propia de la autocrítica vana, metódica y sistemática con que tantos se prodigan por aquí. 
Pero, señalan los entendidos, de forma similar al citado Imperio Romano, antes de la llegada de bárbaros exteriores triunfarán —ya están triunfando— los interiores, los nuestros, los “de casa”. Y dejo al albur de cada cual que los elija, los clasifique y cuantifique su impacto.
Pero volvamos de nuevo atrás. En la Europa de entreguerras los bárbaros interiores triunfaron plenamente y únicamente con posterioridad estuvieron claramente tipificados. Fueron los regímenes totalitarios que triunfaban por doquier, de la Alemania nazi a la Rusia estalinista y otros “ismos” al uso. Lo cual no ha evitado que, pese a la derrota de los fascismos, la aparente moderación de nacionalismos exacerbados y la caída del Muro de Berlín, hoy se hayan suavizado las críticas a sus seguidores más recalcitrantes, que aún campan por sus respetos proclamándose, de nuevo, “salvadores de pueblos y de patrias”.
En la primera mitad del siglo XX llegaron y se impusieron —con distintas suertes y con duraciones dispares—  porque las hipócritas democracias nominales se manifestaron débiles, cobardes e incapaces de ejercer su poder legítimo para enfrentarse a la fuerza bruta y defender sus ideales con decisión y valor. En una palabra: decadentes frente a la barbarie apoyada de forma suicida, incluso, por una buena porción de sus habitantes, muchos de ellos pretendidos intelectuales.
Se repetía desde la antigua Grecia —y se sigue repitiendo— un esquema ya clásico de las decadencias: Los aristoi —“los mejores”— renuncian a hacerse cargo de sus responsabilidades sociales y se convierten en tiranos. La palabra aristocracia, lejos de mantener el significado original, pasa a definir a los componentes de una élite formal, hereditaria, cobarde y decadente, que acabará plegándose a cualquier cosa con tal de mantener los privilegios derivados de su estatus, aunque sea cambiando de chaqueta (en otros tiempos y lugares fueron condes y marqueses, o miembros del Politburó o la intelligentsia, ahora podrían ser políticos y empresarios afines). 
En estas nuevas fases, a veces tras vicisitudes y revoluciones, otros nuevos conceptos entran a dominar la escena política y social disfrazados de una cacareada democracia —el gobierno del pueblo— más formal y aparente que real: 
La plutocracia —el poder de la riqueza—, que tiende a dominar las instituciones y a diseminar la corrupción para mantenerse en el poder;
La oclocracia —la tiranía de la mayoría—, que se manifiesta cuando la demagogia se convierte en la forma de acceder al gobierno y el “pueblo”, tras el indoctrinamiento y la manipulación —el triunfo de los “ísmos”—, se ha convertido en plebe, en chusma (oclos); y por último, y como resultado de todo lo anterior, llega el triunfo de 
La cacocracia, opuesta a la original aristocracia y que significaría, esta vez de forma categórica, “el gobierno de los peores”. 
En ella hay que asumir que la corrupción y el descalabro, la incompetencia palmaria de los dirigentes y la voz en grito para tapar el vacío de ideas, estarán servidas como plato del día y la fuerza —del dinero, de las armas, de los demagogos, de los inútiles organizados— triunfará de forma incontestable arrollando a quienes no se identifiquen con la tribu del “ismo” dominante y comulguen con sus ruedas de molino.
En este ambiente, perfectamente retratado en la Europa de entreguerras, pero quizás no tan ajeno a nuestros propios tiempos, estos tres personajes, ajenos a las estúpidas élites tradicionales a las que sirven con su trabajo, se disponen a mantener las formas, a defender la educación esmerada y las buenas maneras y a salvar lo insalvable. 
Y, siendo como son contradictorios, al tiempo humildes y ambiciosos, valientes y amantes de la buena vida y la comodidad, lo logran manteniendo en pie, mientras pueden, su pequeño mundo, el Gran Hotel Budapest
Si no se puede salvar al mundo, parecen decirnos, salvemos nuestro hogar; si no podemos detener la caída, porque no somos dioses y estamos solos frente a tanta necedad y cobardía, luchemos, al menos, para ralentizarla. 
Si la Civilización está en peligro, intentemos coexistir —sin contaminarnos—al lado  de las nuevas élites bárbaras que tanto aplaude esa plebe animada, apreciando el valor de un clarete de buena añada y una opípara comida. Y que el resto del mundo (nosotros, de nuevo) pierda el tiempo lamentándose de todo lo que ha perdido por su cobardía y su estulticia. Mientras llegan los nuevos bárbaros que lo limpiarán todo. Amén.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio

miércoles, 28 de octubre de 2015

Barbarie vs. Civilización. El Gran Hotel Budapest.

“There are still faint glimmers of civilization left in this barbaric slaughterhouse that was once known as humanity. Indeed that's what we provide in our own modest, humble, insignificant... oh, fuck it”. 
Traducción: “Aún hay tenues destellos de civilización en este bárbaro matadero que una vez fue conocido como humanidad. De hecho eso es lo que ofrecemos en nuestra modesta, humilde e insignificante ... oh, mierda!”

Este trabajo, como ya indiqué en un post anterior, es una frase caligrafiada para mi hijo Guillermo, con el que vimos la película El Gran Hotel Budapest, donde el protagonista, Mr. Gustave, la pronuncia en un momento dado.


Tiene un punto paradójico que nos encantó: tras una primera afirmación categórica sobre la decadencia, un reniego malsonante. 
La he realizado en base a dos colores muy simbólicos, el rojo escarlata de la tinta de Winsor & Newton Calligraphy, para la inicial —un color tan caro a banderas y estandartes—, y el negro marfil de la acuarela Schmincke Horadam nº 780 para el texto.
El soporte ha sido un papel artesano con barbas  los cuatro lados y relieve rugoso, con un formato un tanto especial (30x14 cm.)


Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio.

lunes, 26 de octubre de 2015

T de Teresa

El resultado final. He utilizado un papel con barbas a los cuatro lados, de poco gramaje y un suave color crema. Me encanta la textura de estos papeles artesanales —desconozco la marca, lo compré hace tiempo— pero tienen algunos inconvenientes, siendo el más importante que las plumillas rascan la superficie y eso me plantea problemas, si bien con pigmentos aplicados con pincel ha funcionado de maravilla.

Como ya indiqué en la entrada anterior, la inicial ha sufrido algunas modificaciones a lo largo de su corta vida. La última, una simplificación de algunos trazos en su aplicación a ser la inicial de un texto, ya que el tamaño, menor, dificultaba las cosas.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Escorpio

domingo, 25 de octubre de 2015

T de Teresa (bocetos)

Hace poco disfrutamos en familia de una película que nos recomendó nuestro hijo Guillermo —El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson, 2014)—. En un momento determinado, el protagonista, Mr. Gustave, dice una frase hermosa y contradictoria. Unos días después mi hijo debía marcharse de nuevo y me comentó que le gustaría que le caligrafiara esa frase, así que a ello me he puesto. 
Antes de nada, debía trabajar la inicial, una T, para la que me inspiré en formas cadeaux, pero trabajadas a mi manera.
Como ya acostumbro, esta inicial se la he dedicado a un miembro de mi familia, en este caso, a mi cuñada Teresa (aunque en estos bocetos no conste).
Como siempre, también, ha habido varios intentos y correcciones. Empecé con un trazado circular, pero posteriormente lo transformé porque necesitaba, para encuadrar la frase, que fuera más ovaloidal.


Aún ha habido más cambios, ya que, al ser el formato de la inicial de la frase menor, he tenido que simplificar algunos trazos. Pero esto ya es otra historia.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra

jueves, 22 de octubre de 2015

D de Diana

Las cosas salen como salen. Y, en mi caso, es frecuente que la improvisación, la búsqueda de soluciones e ideas emergentes que ni yo había imaginado acaben imponiéndose a lo planificado. He aprendido a aceptarlo y a agradecerlo.
Es la historia de esta “D”. Empecé preparando la caligrafía de una cita de la monja benedictina Jutta von Sponheim (1091-1136). Para ello busqué ideas para diseñar la D inicial y, una vez organizada, me percaté de que tenía demasiados detalles para hacerla tan pequeña como yo había previsto (siendo sincero, reconozco que mi pulso y mi vista dejan ya que desear). Así que tiré todo lo que tenía y comencé a trabajar a un tamaño mayor. Luego vinieron cambios sucesivos y, finamente, decidí dejar para más tarde la cita de la Madre Jutta y probar de realizar únicamente la inicial y en un formato más cómodo.

Los colores también variaron y pasaron de la policromía a quedar reducidos, básicamente, al azul cobalto y el dorado, aunque mi idea es, cuando la coloque en el texto, realizarla en rojo.
Los finales inferiores, inacabados aquí —y que la hacen semejarse a una P—, tienen como misión completar el encuadre del texto.

El papel utilizado ha sido un Garzapapel para acuarela de 20,5 x 14,5 cm. y el azul de base es un gouache (el 512 de Talens). El dorado está realizado con pan de oro falso y también he usado, para acabar la decoración, tinta blanca de Winsor & Newton y acuarela azul celeste (481 de Schmincke).
Las fuentes de inspiración, esta vez, han sido una H (Aarau Aargauer Kantonsbibliothek Cologne 1330-1335) para la nueva mayúscula y, para el decorado interior, el de una U (Divinae institutiones, auctore L. C. Lactantio Firmiano).
Como suele pasarme cada vez que acabo algo, me acaban gustando más los bocetos preparatorios a lápiz sobre papel de esbozo que el trabajo final. Pero ya lo he aceptado.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra.

P.S. Siguiendo una costumbre iniciada hace poco, bautizo a mis iniciales con el nombre de algún miembro de de mi familia o amigo. En este caso, la D ha correspondido a mi sobrina Diana.


miércoles, 14 de octubre de 2015

El Árbol del Conocimiento. Versión 2.

Para está versión he utilizado el mismo tipo de papel, también granulado aunque con una textura diferente, barbas a los cuatro lados y tono crema. El formato sigue siendo el DIN A4.
El diseño del árbol fue prácticamente el mismo que en la versión anterior, pero cambié por completo la serpiente, a la que le di una forma de espiral hacia el interior.

He limitado la gama de colores y he trabajado con acuarelas y con tinta roja. La idea de romper tradiciones y hacer el árbol en azul se la debo a mi esposa, más moderna —o menos condicionada por la tradición— en algunos aspectos que yo. Tuve problemas para la elección de tonos con la serpiente, ya que hubiera deseado hacerlo todo en azul, pero no destacaba lo suficiente.

No me han acabado de convencer los frutos en dorado (12, como siempre); en cambio, la idea de invertir los colores entre el tronco y la raíz y el degradado en la “toma de tierra” me ha gustado. 
A las letras hebreas les di algo de volumen y brillo. El resultado es muy mejorable pero también seguiré experimentando.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra.

lunes, 12 de octubre de 2015

El Árbol del Conocimiento. Versión 1.

No es la primera vez que trabajo con el tema del Árbol. Si Dios quiere, no será la última. Me he sentido siempre atraído por su simbolismo: sus formas, sus números, los primeros vestigios de ofidiolatría en la tradición judeo-cristiana, la génesis del dragón vinculado al conocimiento y la naturaleza recuperado después en el ciclo artúrico… El árbol, siempre recordado.
En el Génesis no se habla de uno, sino de dos: el del Conocimiento (עֵץ הַדַּעַת טוֹב וָרָע) ampliado a “del Bien y del Mal” y el de la Vida —éste último también presente en otros sistemas míticos—. Adán y Eva tenían prohibido comer del primero, ya que hacerlo les permitiría entender la existencia del segundo y, si comieran también de sus frutos, alcanzar también ellos la divinidad.
La historia siempre me ha parecido inquietante por varias razones: en mi juventud despertó mis primeras suspicacias frente a un Dios que jugaba con unas reglas que ni entendía ni compartía; después observando la persistencia de la defensa de la ignorancia como fuente de felicidad (creo recordar que era la secta de los nestorianos la que tenía como lema, para alcanzar la plenitud, el “ignota nulla cupido”, la ausencia de deseo de lo desconocido); finalmente, al entender ciertas inquinas de la religión contra la ciencia. 
Pero lo que siempre me atrajo más fue su idea de Utopía suprema: tras la expulsión de Adán y Eva, Yahvé no destruye el Paraíso: simplemente pone como guardianes a unos querubines para impedirles a ellos y sus descendientes que regresen, coman los frutos del Árbol de la Vida y se conviertan, de esa manera, en Dioses.

A nivel “técnico”, con esta primera versión tuve diversos problemas (no me acababa de gustar la forma de enroscarse la serpiente, metí la pata con el dorado de los frutos…). Tantos fueron que opté por tirarlo y hacer un trabajo nuevo. Pero me dije que no debía rendirme, que los errores están para aprender y que por ahogados, al río. 

Y a base de correcciones y chapuzas, he logrado un resultado más o menos —aunque más menos que más— decente. 

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Libra
P.S. El tema del árbol, del que este trabajo es complementario, lo he tratado también, por ejemplo, en:  http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2012/02/oracion-de-la-serenidad-boceto-de-la-s.html 


jueves, 8 de octubre de 2015

Anneli & Manuel

Normalmente me tomo las cosas con calma. Entiendo la caligrafía como una actividad terapéutica y una práctica del movimiento Slow
Pero esta vez no ha sido así, aunque he de reconocer que me ha venido bien trabajar un poco bajo presión, sin tiempo para divagaciones y ensayos múltiples. 
Ha sido, además, una actividad familiar. La idea surgió de mi esposa, cuando nuestro hijo mayor, que ha pasado unos días en casa, le pidió consejo porque quería llevarles un detalle a una pareja especial. Yo me animé enseguida con la propuesta y empecé a trabajar en el diseño. Mi esposa fue también la que propuso que hiciéramos algo que incluyera unas tapas para mejorar la presentación y nuestras hijas colaboraron con sus opiniones. En fin, un brainstorming de familia en toda regla.
El problema era el tiempo; esto se decidía el jueves por la noche y nuestro hijo tomaba el avión a primera hora del lunes. Se necesitaban bastantes horas y había pocos días. El viernes ya estaba realizado y corregido el primer boceto, ya que en principio había diseñado una A y una M entrelazadas que me gustaban, pero al colocarles el resto del texto me parecieron muy “delgadas”, así que tuve que realizar un segundo ensayo y “engordarlas” un poco.



Los materiales los adquirimos en Raima, en Barcelona. Guillermo eligió tres papeles artesanos; para el texto, una hoja de 21 x 21 cm. aproximadamente, en un acertado tono crema; para la cubierta de la encuadernación un papel realizado con hojas de plantas de un tono azul grisáceo precioso —en la fotografía no se percibe, pero al natural es posible observar algunas nervaduras— y, para las guardas, un marmoleado con tonos rojizos, ambos que combinaran con el azul cobalto y rojo de las iniciales.
De la encuadernación de las tapas se encargó mi esposa, que tiene mejor mano que yo, dado que el papel era difícil de trabajar por su relieve y su delicadeza.  




Las minúsculas son una variación, elongada, de la tipografía Claudius, aunque las iniciales son un tipo de Rotunda.

Para acompañar los nombres opté por una frase de El persa, de Plauto (254 a.C. - 184 a. C.) que ejemplifica perfectamente la relación entre la capacidad de Amar y de Ser: “Nihil est qui nihil amat”  (Nada es —o vale— quien nada ama).


Tuvimos poco tiempo y quedan algunos pequeños errores —el dorado con símil de pan de oro aún no lo tengo dominado— pero acabamos satisfechos. Hacía tiempo que no participábamos en algo concreto todos juntos… y ese ha sido un regalo extraordinario.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Sagitario

miércoles, 7 de octubre de 2015

Soy del Sur. Reflexiones. 2. Amor y Libertad.

Muy importante; básico, vaya. Si todavía no conoces el pensamiento del profesor Bellavista plantéate dedicar un tiempo a leer a Luciano de Crescenzo. De él están tomadas las ideas que siguen. 
Pero vayamos, como siempre, por partes.
El profesor Bellavista es un personaje de ficción —o eso supongo— ideado por De Crescenzo como una especie de alter ego. El personaje es un profesor de filosofía retirado que discute con sus amigos sobre todo lo discutible en su piso de Nápoles, que invierte su tiempo en reflexiones y vida social y que combina en sus opiniones, de forma magistral, la sensatez con la poesía.
En su cosmovisión, la humanidad suele dividirse en dos bandos, siempre curiosos y atípicos: entre los que se duchan y los que se bañan (él es de los segundos); cuando llega la Navidad, entre los arbolistas (que le dan, sobre todo importancia a la Forma y al Poder) y los belenistas; en la oficina, entre los que ya les está bien el café de máquina y los que no pueden pasar sin ir tomarlo al bar cercano (hermosísima, su apología del café de cafetería). Y la que aquí nos ocupa: entre los que optan por la Libertad —que él define como “a un mismo tiempo, deseo de que no nos opriman y deseo de no oprimir”— frente a los que escogen el Amor como eje de sus vidas. 
El Norte y el Sur, en su caso circunscritos a Italia: los primeros representan más a los milaneses, los segundos, a los napolitanos. 
Para explicar su particular teoría recurre a un plano de coordenadas cartesianas dividido en cuatro cuadrantes donde cada cuál ha de situarse o situar a sus congéneres. En este sistema, el eje vertical marca la oposición entre la Libertad y el Poder; el horizontal, entre el Amor y el Odio. Y cada uno ha de situarse en un punto que marcará no sólo la relación entre dos elementos predominantes, sino la intensidad de cada uno de ellos. (Op. cit. pág. 148)

Como ejemplo, él mismo nos ofrece su opinión sobre personajes históricos conocidos situándolos en los distintos cuadrantes (Op. cit. pág. 153)

Y ahora viene la aportación que a mí me pareció magnífica: la dicotomía Norte/Sur, en vez de formularla como una oposición, él la estructura en el primer cuadrante (arriba a la derecha) y la positiviza: las personas pueden ser más partidarias de la Libertad (Norte) o del Amor (Sur), pero la parte de humanidad a la que él se refiere está tan alejada del deseo de Poder como del Odio (cuadrantes dos, tres y cuatro). 

Los más adictos a la Libertad (A) se sentirán más del Norte, serán más individualistas, más “emocionalmente distantes” —lo cual no significa que sean menos solidarios o más fríos, no nos equivoquemos—, con tendencias a la introversión y a valorar, por encima de otras consideraciones, su privacidad. 
Los más vinculados al Amor, al Sur, se dejarán llevar más por su corazón; sus amigos serán como de la familia —lo cual no significa que sean siempre fiables, como la familia— y su casa estará generalmente abierta, aunque a menudo vacía por su tendencia a disfrutar de los espacios públicos compartidos.
A1 y B1 tendrán características similares a A y B pero sin tanta intensidad. Representarán, en cada caso, un aspecto vital más “mediocre” —sin implicaciones peyorativas, por favor— de cada opción.
Y como propuesta ideal: el camino de en medio (C), el equilibrio, la tendencia a la equidistancia entre razón y emociones, entre privacidad y socialización y, si es posible, vivida intensamente. El punto C1 representará, en caso de existir, al “ni Sí ni No sino todo lo contrario”, al tibio por excelencia y además, sin brío; aunque innegablemente, también buena persona.
Y tú, independientemente de dónde hayas nacido o dónde vivas ¿dónde te colocarías? ¿en qué cuadrante? ¿cómo son tu pareja o tus amigos? Si eres capaz de responderte con honestidad, quizás encuentres algún motivo nuevo para reflexionar sobre tu vida.
Referencia bibliográfica: DE CRESCENZO, Luciano.— Así habló Bellavista. Nápoles, amor y libertad. Madrid, Mondadori España, S.A., 1987. 
¡A leerlo y a disfrutarlo, que merece la pena!

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Sagitario.

martes, 6 de octubre de 2015

Soy del Sur. Reflexiones. 1. Gemeinschaft und Gelleschaft

Esto es, en estos momentos, más que una afirmación, un deseo. Porque ser, lo que se dice ser, creo que soy más del Norte. A pesar de que a veces me pese.
Pero vayamos por orden y hagamos algo de historia y un poco de reflexión. 
Gemeinschaft  y Gelleschaft: Difíciles de recordar, estas dos palabras alemanas se traducen como “comunidad” y “sociedad”. Pero desde 1887, año en que el sociólogo Ferdinand Tönnies escribió un libro titulado así, se convirtieron en términos antagónicos que representaban dos formas distintas de entender las relaciones sociales.
Simplificando mucho la teoría de Tönnies, la GemeinschaftComunidad— sería una forma de asociación en que el individuo se siente, ante todo, parte de un grupo. Éste orienta su vida, le provee de pautas morales y a su bienestar supedita sus decisiones personales: una familia tradicional podría servirnos de ejemplo positivo; en su aspecto negativo, la Mafia sería un buen referente. En este tipo de organización destacan las relaciones personales y es rica en expresión emocional. Sus aspectos más negativos tienen que ver con el amiguismo, la fijación de las desigualdades o la tendencia al inmovilismo, entre otras muchas. Quién eres está definido, en gran medida, por la filiación, y tu lugar social depende no sólo de quién eres, sino de a quién conoces.
La GelleschaftSociedad—, en cambio, sería una forma de asociación donde lo que cuenta es el individuo. Para que nos entendamos, forma el sustrato de algunas bases del liberalismo político, o del moderno Estado del Bienestar. Es más frecuente la movilidad social y se premian virtudes como el trabajo y el autocontrol. En el lado oscuro, un nivel más alto de soledad, la tendencia al perfeccionismo y el exceso de burocracia.
Y ahora, o reconozco, salimos del terreno de la ciencia para entrar en prototipos, lugares comunes e, incluso, prejuicios. Pero es que se trata de reflexionar, no de pontificar, y los ejemplo tienen eso: son limitados y generales. Así que, una vez advertidos, vamos allá.
Para los primeros lo importante son los lazos comunitarios; para los segundos, las normas y leyes consensuadas. En unos predominarán los sentimientos; en los otros, la racionalidad; aunque sin exclusivismos, obviamente.
En el fondo, todas las sociedades humanas combinan ambos conjuntos de características, pero en unas predominan las primeras y en otras las segundas.
Si generalizamos, aunque esto nos fuerce a perder matices, podríamos decir que la Comunidad — Gemeinschaft— predominaría en los países del Sur; en el Norte, en cambio, predominaría la Gelleschaft .
Es la primera aproximación a la dicotomía Norte/Sur. Al Norte —generalizado mucho, y como lugar común—  se encontrarían los países de base religiosa protestante, metódicos, respetuosos, silenciosos, frugales, generalmente desarrollados, con democracias consolidadas; el estado eficiente. Al Sur predominarían el catolicismo —ojo, como cultura, no forzosamente como sistema de creencias—, la alegría, el compadreo, los amigos, la casa abierta… pero también el amiguismo y las recomendaciones, el caciquismo, la ineficiencia. 
En el Norte, el tiempo es un bien escaso —“el tiempo es oro”—, la puntualidad una exigencia y la gente suele vivir estresada; en el Sur es la suma de momentos en que nos socializamos, la base para trabajar amistades, para relacionarse. Eso sí, no esperes, si quedas a una hora, que la gente llegue a tiempo. 
En el Norte los espacios más importantes son los privados —la casa, incluso el estudio donde se trabaja—; en el sur los públicos —el bar, la calle—. En el Norte los problemas son personales y, por extensión, del Estado. En el Sur, algo a compartir con familia, amigos y hasta vecinos. 
En el Norte primaría la introversión —aunque los norteamericanos hayan hecho del “cómo tener amigos” casi una obligación moral— y en el Sur la extroversión —aunque tengamos en nuestra historia místicos de la talla de Santa Teresa o San Juan de la Cruz o gente que toca la guitarra como Paco de Lucía—.
Son las diferencias de formas de vida —con sus pros y sus contras— que podemos encontrar entre un ciudad de Suecia y el Caribe, para que nos entendamos.
Dos aclaraciones finales: Una, como ya he comentado, Norte y Sur son sistemas de calificación genéricos relacionados con formas de socializarse, que no siempre se corresponden con latitudes geográficas ni a climas específicos, aunque haya ciertas coincidencias. Por ejemplo, Irlanda es un país más sureño que algunas regiones de España. O, en la Italia meridional, a los habitantes de Turín o Milán los consideran tan del Norte como a los alemanes.
Dos. El Norte y el Sur, como arquetipos, nunca aparecen de forma pura. Hasta en las sociedades más racionalistas existen las emociones —y funciona la publicidad— y en las más sentimentales se trabaja frecuentemente con elecciones racionales —excepto en política en tiempos de crisis— y, al menos en algunas personas, es normal un cierto grado de sensatez.
Ser del Norte, o ser del Sur es, por tanto, adscribirse —prioritariamente, insisto, no de forma exclusiva— a un sistema donde predomina lo que Tönnies denominaba la Gemeinschaft o a otro donde lo hace la Gelleschaft. Con sus ventajas y sus inconvenientes. Con sus beneficios y con sus riesgos. Y es, hasta cierto punto, una decisión personal, siendo la suma de la mayoría de esas decisiones la que conforme las relaciones sociales.
Por eso decía, al comienzo, que la afirmación de ser del Sur es, en mi caso, más la formulación de un deseo que una realidad. A pesar mis necesidades emocionales, que tengo como cualquier hijo de vecino, de mis deseos de ser del Sur —como esos alemanes que sueñan en venir a vivir, jubilados, a Mallorca o a Andalucía, y no sólo por las playas o el clima— he sido siempre poco sociable, puntual, introvertido —casi intimista—, dado a quedarme en casa y poco amigo de juergas.
Hay una visión más interesante en esta “confrontación”: la que adjudica al Norte la predominancia de la Libertad —entendida como, “a un mismo tiempo, deseo de que no nos opriman y deseo de no oprimir”, según el Profesor Bellavista— frente al Sur, en que predominaría el Amor. 
Pero de esto ya hablaré en la próxima entrada, dedicada a este curioso y entrañable personaje.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Virgo.

lunes, 5 de octubre de 2015

Soy del Sur

Noto que voy haciéndome mayor. Lenta, pero inexorablemente. Un detalle: cada vez leo menos cosas nuevas. Si no tengo referencias fiables, o tengo el libro en las manos y lo hojeo con detenimiento, me cuesta trabajo abrir un novela o un ensayo que no conozca. En cambio, hay una serie de libros en casa —y alguno en la biblioteca que hay cerca— que he leído una y otra vez. No de principio a fin, sino por partes. Tomo uno de ellos, lo abro y comienzo a leer; me detengo de vez en cuando, reflexiono, comparto a veces pensamientos. Luego, cuando considero que ha sido suficiente, lo cierro y lo coloco de nuevo en la estantería. Y otro día haré lo mismo con otro libro. 


De vez en cuando leo a De Crescenzo. Disfruto de las opiniones de uno de los personajes de sus obras, el profesor Bellavista. Y este verano, con la canícula apretando y cierto desasosiego general, me dio por caligrafiar simplemente una frase que era, más que una afirmación, un deseo: Soy del Sur. Con muchas reflexiones detrás; porque, en realidad, me siento más del Norte, aunque a veces me duela. 


Empecé con ilusión, cometí errores de bulto, no me gustó para nada el resultado. Comencé de nuevo. Cambie el diseño y la decoración, elegí tonos más pastel para los decorados, introduje un Sol. Volví a dejarlo en el cajón. 

Hace poco lo recuperé y me decidí a acabarlo, aunque sigue sin ser lo que esperaba. Esta vez parece que sí, que he sido del sur. 

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Virgo.