domingo, 20 de marzo de 2016

El arte de perder. Elizabeth Bishop (1911-1979)

Un poema precioso titulado One Art (Un Arte). A decir de según quién un poco triste. Sublime, en cualquier caso. 
La traducción, como siempre, inexacta. Entre las muchas alternativas que he encontrado, adjunto la que me ha gustado más. 

                                Un Arte

          No es difícil dominar el arte de perder;
          hay tantas cosas que parecen colmadas por el deseo
          de ser perdidas que su pérdida no es un desastre.

          Pierde algo cada día. Acepta la frustración
          de las llaves extraviadas, de la hora desperdiciada.
          No es difícil dominar el arte de perder.

          Practica después el perder más, y más rápido:
          lugares, nombres, y el sitio al cual 
          viajabas. Ninguna de estas pérdidas será devastadora.

          He perdido el reloj de mi madre. ¡Y mira!, la última
          o la penúltima de tres amadas casas también se fue.
          No es difícil dominar el arte de perder.

          He perdido también dos hermosas ciudades. Y aún más,
          unos reinos que eran míos, y dos ríos, y un continente.
          Los añoro, pero no fue un desastre.

          Aún si a ti te perdiera (la voz risueña, 
          el gesto que amo) no habré mentido. Es evidente
          que no es difícil dominar el arte de perder; 
          aunque eso parezca (¡escríbelo!) un desastre.

                              Elizabeth Bishop (1911 – 1979)


Para realizar este trabajo he utilizado un DIN A4 de Garzapapel para plumilla, con barbas a los cuatro lados, de 140 gr. Como curiosidad, al aplicar el gesso para dorar, y a pesar de dar varias capas, quedó una capa muy fina —me di cuenta después— por lo que ha quedado marcado de forma evidente el grano del papel. Un papel que, a pesar de su poco gramaje, he resistido muy bien el gouache y la acuarela.


La forma de la inicial T, ya lo dije en el post anterior, ha estado inspirada en la que aparece en una partitura musical de Aarau, Aargauer Kantonsbibliothek, MsWettFm 1, p. 210v —puede consultarse en https://www.flickr.com/photos/e-codices/6969202538—. La decoración ha sido una variante de Vigne Blanche.


He utilizado, por primera vez, la tinta sepia de Winsor & Newton. Fluye bien, pero quizás demasiado oscura para mi gusto, y que su apariencia final es casi negra. El resto, gouache y acuarela. Y un rotulador negro —Staedler pigment liner 0,1—  para perfilar los tallos.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Aries. Equinoccio vernal, primer día de la primavera del Anno de Gratia de 2017.



sábado, 19 de marzo de 2016

Feliz Año Nuevo (de Gratia —A. G.— que no Domine —A. D.—)

Lo sé, me repito. Pero a mi edad es algo frecuente; consustancial al paso de los años, ya participo de esta inveterada costumbre de redundar cansinamente en ciertos detalles, dejando de lado el resto.
Siempre me he definido como una persona equinoccial inmersa en una cultura solsticial. Vaya, que he oscilado, durante muchos años, entre la marginación —en su sentido correcto, de aquello que queda al margen— y lo que hoy se denomina el frikismo.
Por eso os deseo hoy, a todas y a todos, un Feliz Año Nuevo. 2017 si utilizamos el cómputo cristiano. Porque mañana, 20 de marzo, es el equinoccio vernal.
El argumento teológico medieval es obvio: si Cristo nace el 24 de diciembre (solsticio de invierno) su venido real al mundo no es ese día, sino el de su Concepción —quién no conoce alguna obra de arte maravillosa con el tema de la Anunciación?— y ¿me hacen el favor de restarle al evento nueve meses? Pues sí, justo alrededor del 21 de marzo (equinoccio de primavera). Más preguntas: ¿cuál es el primer signo del zodíaco? ¿Aries? ¿Y cuándo comienza Aries? ¿no será, por casualidad, el 21 de marzo?; otra: si septiembre viene de “séptimo”, octubre de “octavo”, noviembre de “noveno” y diciembre de “décimo” ¿cuál sería el primer mes? ¿Marzo quizás, de nuevo; tenían algo que decir los romanos?
En fin, insisto: Feliz Año Nuevo, buenas noches y quien pueda y lo desee, que lo celebre, aunque sea en la soledad o en comunicándose en uno de esos pequeños grupos que hacen las delicias de las personas introvertidas.
Ferdinandus. d.s. 
P.S.1. La primera vez que empecé a propagar tamaña pajarraca fue allá por 2010.— http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2010/03/feliz-ano-nuevo-otra-propuesta-ciclica.html— aunque ya había apuntado el tema en una felicitación navideña para los amigos de 2003 que finalmente publiqué, en el mismo blog, en 2009 — http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2009/12/feliz-ano-nuevo-viejos-escritos.html — y desde entonces he insistido periódicamente, así que no voy a repetirme más. 

P.S.2. Mañana, para celebrarlo, una nueva caligrafía, aquella prometida adornando un poema de Elizabeth Bishop.

martes, 15 de marzo de 2016

T inicial para el poema One Art de Elizabeth Bishop

El origen —o la inspiración, como se prefiera— de esta inicial está en un libro de partituras musicales, concretamente de Aarau, Aargauer Kantonsbibliothek, MsWettFm 1, p. 210v , que encontré, y puede consultarse, en https://www.flickr.com/photos/e-codices/6969202538

Ademas de variaciones significativas en la estructura de la inicial, también he cambiado la decoración, obviando la original y sustituyéndola por una variante de Vigne Blanche que me pareció que sintonizaba mejor con el significado del poema.

Como siempre, realizado con lápiz, regla, compás y plantillas de curvas sobre papel esbozo de 90 gr. de Fabriano.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Piscis.

domingo, 13 de marzo de 2016

Reflexiones sobre un poema de Mn. Cinto Verdaguer

                       La poesía no se hace con palabras
                     sino con el significado que tienen las palabras.

                                       ****
              Poeta i llaurador soc
              i faig la feina tan neta
              que llauro com un poeta
              i escric com un llaurador

                           Mn. Jacint Verdaguer

Desde que lo leí por primera vez, hace ya tantos años, siempre me ha resultado sugerente ese deseo de unir, de hacer uno, el amor a las palabras y el amor a la tierra. O mejor dicho, de casar sus significados.
De un lado las palabras. Sonidos o grafías que no sólo son conjuntos de letras con un significado culturalmente compartido: son elementos que nos hacen realmente humanos, que nos permiten pensar y comunicarnos. 
Las palabras sanan o hieren, acercan y alejan, provocan encuentros y motivan rechazos. Cuando estudiaba antropología me contaron la historia de un pueblo pacífico —lo siento, no tengo más datos ni referencias etnográficas que mi recuerdo— cuyos componentes tenían como costumbre, al levantarse, poner en común sus sueños e interpretarlos en grupo. Así mantenían, mediante la experiencia más personal compartida con la palabra,  la concordia entre ellos y con sus vecinos. Al tiempo que se hacían, día a día, un poco más conscientes de su mundo interior.
Aquí, de una forma un poco más caótica e individualista, cualquier terapia psicológica implica, en diversos grados, el lenguaje, el relato de cómo interpretamos lo que nos rodea. Como en cualquier amistad, como el mantenimiento de cualquier amor.
Del otro la tierra como productora de alimentos. Otra faceta de nuestra humanidad. Una tierra considerada muchas veces sagrada, de la que se tomaba sin robar, a la que se vuelve tras el paso obligado por esta vida. Una tierra cuyo significado —porque, al igual que la poesía, la agricultura y la horticultura también se viven cargadas de significados— parece estar recuperándose en nuestras sociedades. 
Y es en este contexto en el que el poema de Verdaguer cobra de nuevo sentido: labrar como un poeta; escribir como un labrador. Acercarse a pedirle sus frutos a la tierra de la misma manera con que se va construyendo un poema —el “golpe a golpe, verso a verso”,  de los Cantares de Antonio Machado—. Escribir siguiendo el rito de sembrar, regar, cuidar… y dar su tiempo a cada fruto. Con las mínimas artificialidades, sin presiones ajenas. Dejando que cada planta fluya a su propio ritmo y organice sus rimas como si de un poema se tratara.
Y una última consideración respecto a esta pareja de conceptos. Ambos comparten, valga la redundancia, la necesidad de compartir para realizarse en plenitud. Porque tanto el poeta como el agricultor se caracterizan por compartir sus frutos. 
El poeta real, no esa parodia moderna de poeta que nos intentan vender a veces, es el descendiente de los antiguos bardos, de los trovadores medievales que recorrían Occitania. Porque la auténtica poesía se  acompaña de música, se canta y pertenece a un pueblo, a una comunidad, del que forma parte, porque nace y crece de y con él. Como los frutos de la tierra que marcan nuestros gustos y nuestras dietas. Cargados, ambos, de significado.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Piscis

viernes, 11 de marzo de 2016

Poeta i llaurador soc…

Traducir un texto siempre es difícil. Un poema es tarea casi imposible. Suelen perderse el ritmo, la cadencia, la rima. No voy, pues, a intentarlo. Para los que no sepáis catalán, señalar que en los dos versos finales habla de labrar como un poeta y escribir como un labrador.
Este fue el primer poema que leí del clérigo Jacint Verdaguer i Santaló (conocido como Mossèn Cinto Verdaguer, 1845-1902), y no fue en un libro, sino en la pared de una hípica de Sant Cugat. Fue hace muchísimos años, pero lo he recordado siempre.
Hoy lo recupero como un trabajo de caligrafía pensando en un amigo, Tomás Mata, que une en su trabajo y en su vida su talante poético —aunque no escriba poesía— con su afición por la huerta. Tanto él como su esposa Jenny son, desde hace mucho, de las pocas personas en cuyo gusto confío para la elección de lecturas y recuerdo siempre con cariño las comidas compartidas delante de su casa, en la Alta Garrotxa. Cerca de su huerto, protegidos del sol por una parra y de las adversidades por una buena amistad.
Por cierto, si eres un seguidor de los huertos —urbanos o rurales— te aconsejo su página (http://www.huertos.org o https://www.facebook.com/huertos.org) y la lectura de su libro: “El huerto curativo”, que lleva el sugerente subtítulo de “Una guía para plantar tomates y cosechar felicidad”.

A nivel técnico:
Lo he realizado sobre un pergamino de 31 x 17 cm. utilizando los materiales habituales pero quisiera hacer algunas puntualizaciones: 
  1. Tuve problemas con algunas tintas, ya que se “corrian” ligeramente, lo cual no permitió relajarme todo lo que deseaba. El entintado interior de las minúsculas lo hice, pues, con acuarela, que tampoco acabó difuminándose como yo hubiera deseado.
  2. Esta vez me estrené con pan de oro de verdad, sobre una base nueva que me habían recomendado (gesso, bol de armenia y un poco de agua azucarada). El resultado a primera vista me gustó, pero al intentar bruñirlo me di cuenta de fallaba algo, por lo que no insistí. Finalmente, siguiendo consejos, le di una mano de barniz protector, pero perdió parte del brillo y dejó un ligero relieve desigual. No lo volveré a hacer. Al menos de momento.
  3. Para hacer los puntitos blancos sobre el fondo rojo —gouache—, al principio utilicé tinta (Winsor & Newton) pero la plumilla se atrancaba demasiado a menudo. Luego probé con pincel, pero era tedioso, así que finalmente —y lo sé, no es muy ortodoxo— opté por un rotulador blanco de punta fina (Artline 444 XF) y me fue de fábula.

Y éste es el resultado final. Espero que te guste, Tomás.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Piscis

viernes, 4 de marzo de 2016

Boceto de una P para un poema de Mn. Cinto Verdaguer

La P es una inicial recurrente, por lo que veo. Esta vez es una mayúscula típica. En principio, y de forma poco original, volveré al utilizar los colores azul cobalto y rojo tanto para la inicial como para la orla.


He trabajado aparte la ornamentación superior con la orla, ya que, en función de cómo cuadre el texto, es posible que tenga que hacer variaciones.




Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Piscis