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lunes, 20 de julio de 2015

IKIGAI. Reflexiones.

Hace unos días, una amiga que estaba en casa, pronunció la palabra: ikigai. De momento no la reconocí. Sólo cuando comenzó la descripción la recordé y me pregunté cómo podía haber olvidado algo tan importante.
Pero empecemos por el significado de este concepto japonés: no hay traducción exacta; una idea que se aproxima podría ser “el sentido de la vida”, pero desde una perspectiva muy particular; también valdría como significado “la razón de vivir”, aunque quizás, más apropiado, sería “aquello que te hace levantarte, contento, por la mañana”.
La idea del ikigai es que cada persona debe encontrar el suyo, personal e intransferible. Si lo logra, vivirá intensamente cada día porque tendrá claro su porqué, su finalidad, su legado.
Obviamente, puede y debe cambiar a lo largo de la vida y, sobre todo, es de máxima importancia encontrarlo en tiempos de crisis.
Hay quien lo ha asociado al trabajo bien hecho o al cuidado de la familia, pero a los puristas del tema eso les suena demasiado a control social, a integración —los japoneses lo encuadrarían en lo que ellos llaman shikata ga nai—; otros, a la búsqueda de la felicidad, pero de nuevo el concepto parece ir más allá. Es más sencillo, pero más complejo.
Un viejo cuento —en la Red abundan las versiones— lo describe de esta manera: Una mujer está apunto de morir. Su espíritu está frente a sus antepasados, que le preguntan quién es: “la esposa del alcalde”, responde; pero uno de ellos le reprocha que no conteste la pregunta; le han preguntado quién es, no de quién es la esposa. “Soy madre de cuatro hijos”, vuelve a responder. Y de nuevo el reproche: no le han preguntado cuántos hijos tiene. “Soy maestra de escuela”; no te preguntamos por tu profesión, sino quién eres, vuelven a decirle.
Finalmente, la mujer entiende la pregunta y responde: “Soy quien cuida cada día de mi familia y alimenta las mentes de los niños del pueblo”. Cuentan que pasó la prueba y finalmente no murió; en cambio, cuando despertó a la mañana siguiente, supo que había descubierto su ikigai.
Llevo unos días intentando encontrar el mío, y no consigo una respuesta satisfactoria. Quizás fue eso, mi maldita tendencia a la comodidad, la que me permitió olvidar hace años la palabra.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Cáncer


IKIGAI

Seamos francos: esto no es un ejercicio de caligrafía, sino de, como dicen los niños, “pintar y colorear”. Pido disculpas.
La caligrafía japonesa, el Shodó, es una de gran complejidad y llegar a ser un maestro requiere, además de un gran sentido de la estética, largos años de aprendizaje y práctica. Para los grandes calígrafos japoneses todo, desde la elaboración del papel, la tinta o los pinceles a la paz interior previa necesaria, son elementos importantes para realizar un trabajo. Incluso cada trazo se ha de hacer siguiendo un orden preciso, para así formar parte de un todo indivisible.
Lo que sigue, por tanto, es un ejercicio pueril sin nada que ver con el Shodó. Reitero mi petición de disculpas.

¿Cómo he llegado, entonces, a atreverme? Era una excusa. Quería llamar la atención con el fin de compartir el significado del concepto IKIGAI.
Así que he dejado por un momento lo que estaba haciendo y me he entretenido en dibujar y colorear los caracteres —kanji— que lo forman. Mientras, dejaba la mente en blanco y así, mientras mi mente se relajaba, el calor se me hacía más soportable.

Ferdinandus, d.s. Bajo un signo de Cáncer canicular