viernes, 21 de agosto de 2015

B de Beatriz

Esta vez, algo ligeramente diferente. Tenía reservada desde hace años una b inicial celta —minúscula, pero inicial— de finales del siglo X. Pertenece al texto Evangelia Ottonis y, aunque la fuente parece ser la “Rylands Collection” de la University of Manchester Library, yo la conocí gracias a la entrada de la página de  BibliOdissey correspondiente al 10 de agosto de 2008 (http://bibliodyssey.blogspot.com.es/2008/08/mlange.html)
Lo que me maravilló de esta letra fue su decoración central, un nudo celta formado a partir de la lengua del dragón cuyo cuerpo forma la B. Me engañó en una primera “lectura”. Su simetría es sólo aparente y está conseguida gracias a las decoraciones exteriores orientadas hacia arriba. Fui consciente cuando intenté, siguiendo mi costumbre, racionalizar el trazado y geometrizarlo al máximo.
Tras varios intentos infructuosos, y algunos folios de papel emborronados, finalmente conseguí un resultado que, sin ser lo que había imaginado en un principio, lograba dejarme satisfecho.
Aquí, un reproducción del diseño original a escala, señalando la dirección y el trazado
Y a continuación el resultado tras geometrizarlo y simetrizarlo dentro de sus posibilidades. E incluido en la B.

El resto del diseño, esta vez, ha sido bastante una copia del original, si exceptuamos algunos detalles como las proporciones, el final de la lengua —inspirado en otra B draconiana, la de St. Gallen, Stiftsbibliothek, Cod. Sang. 20, p. 65, que había encontrado en la página de e-codices (https://www.flickr.com/photos/e-codices/7778816174/)—, el añadido del ala o el cambio de la forma de la cabeza del dragón.

La idea de combinar plateado y dorado me hacía gracia, así que lo probé. Puede mejorarse, pero será una idea a trabajar.
El dorado, esta vez, está realizado con tinta —Gold de la serie “Calligraphy Ink” de Winsor & Newton— aplicada con plumilla. El papel es una hoja de 21 x 21 cm. y barbas a los cuatro lados de Ca l’Oliver Molí Paperer. Como todos los papeles de este fabricante, el resultado ha sido muy satisfactorio, incluso aplicando acuarelas y tintas encima.
Esta inicial, por cierto, está dedicada a mi sobrina Beatriz, la hija menor de mi hermano Pablo.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.

jueves, 20 de agosto de 2015

Nostos (νόστος). Una consideración: Ítaca no es Arcadia

Frente a un Plauto (254-184 a.C) que acuñara la frase “Homo humini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre) popularizada por Hobbes, a Lutero o Freud, que defendieron la existencia de cierta “maldad natural”, otro grupo ha defendido la bondad como característica propiamente humana y han culpabilizado a la organización social —a unas más que a otras, claro está— de los males que nos aquejan como especie. 
Los adamitas, que aparecieran en el siglo II, fueron una secta cristiana que, mediante la desnudez, pretendían regresar a la inocencia del Edén previo a la Caída. Perseguidos, renacerán en el siglo XIII en Bohemia o Flandes, hasta que fueron exterminados en el siglo XV. El P. Bartolomé de las Casas, en el s. XVI, ya defendía la bondad de los indios americanos frente a la maldad de los conquistadores españoles; Jean-Jacques Rousseau, en el s. XVIII, acabó de formular la teoría, que se extiende, desvirtuada, a partir de la Revolución Francesa: el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad pude corromperlo. Los últimos panfletos, preciosos, por cierto, de la especie que recomiendo encarecidamente son el libro Los Papalagi, un conjunto de discursos atribuidos al jefe samoano Tuiavii de Tuiavea  y la magníficas películas Bailando con lobos, dirigida e interpretado por Kevin Costner y  Avatar, dirigida por James Cameron en 2009. 
Expongo lo anterior para que se entienda la existencia, en el imaginario colectivo occidental, de otro lugar no menos importante que Ítaca en la mítica occidental: Arcadia.
Occidente la ha añorado, al menos, desde la Edad Moderna:Arcadia es ese lugar feliz, de santa sencillez, bucólico, donde los pastores —o los integrantes de cualquier otro pueblo ágrafo y poco desarrollado tecnológicamente— viven en comunión con la naturaleza y demuestran las maravillas de la bondad natural. El nacimiento y popularización del mito del buen salvaje, del hombre primitivo íntegro, feliz y unido a la Naturaleza, con la que se integra y a la que respeta,  ha pertenecido al imaginario colectivo de una parte importante de la población educada. 
Volver a la Arcadia feliz, recobrar el Paraíso terrenal previo a la Caída, o construirlo de nuevo en este mundo, sin esperar al Más Allá, también ha sido un viaje repetidamente deseado. Una de las utopías más prolíficas, amalgama de tantas y tantas revoluciones religiosas y sociales y fundamento del terrible dicho popular: “el camino a los infiernos está plagado de buenas intenciones”.
De ahí la diferencia. Ulises no añora Arcadia, sino Ítaca. No lucha por regresar a un mundo feliz que sólo existe en imaginaciones de personas sensibles —o sensibleras, según quién lo comente—, sino a un mundo real, duro y terrible, que él mismo ayudó a construir antes de su partida. Y es más, no al mundo que fue sino al que ahora será, y que él sabe y acepta distinto al que dejó porque también él ha cambiado. 
En el canto XXIII de La Odisea, para que Penélope pueda aceptar que es él, Ulises le repite uno de sus secretos compartidos: dentro del patio de su palacio/hogar hay —si nadie lo ha cortado ni cambiado— un tronco de olivo; en torno a él edificó, con piedras, su dormitorio y le puso puertas; luego convirtió el tocón en el pie del tálamo nupcial y en él generaron a Telémaco. Diferencia, así, lo anecdótico, sujeto a cambios constantes, de lo esencial, que es lo que él se ha negado a olvidar en veinte años renunciando por ello, incluso, a la inmortalidad que le ofreció la ninfa Calipso.
Mientras regresa, Ulises sabe que tendrá que guerrear de nuevo, que deberá volver a usar su ingenio para recuperar lo que es suyo y otros quieren arrebatarle. Eso hace muy distinto el concepto de nostós de la simple nostalgia. Han pasado veinte años desde su partida; él y Penélope son más viejos, Telémaco es ya un hombre, pero Itaca sigue siendo su hogar y en casa hay un tálamo que todavía descansa sobre el tocón del olivo donde él lo puso.
Rizando el rizo y volviendo a mi afirmación de que todos tenemos varias Ítacas pendientes: la búsqueda interior, el regreso al hogar más profundo, requiere un conocimiento previo, un saber más que un imaginar o desear ser. 
Algunos, me parece que debo concluir, deberemos conformarnos con la simple nostalgia, con encandilarnos, incluso, con más de una utopía, personal o social. El nostós no es para los demasiados, que diría Nietzsche; tristemente para muchos, es tarea únicamente de héroes. 

Ferdinandus, d.s. Todavía bajo el signo de Leo.

martes, 18 de agosto de 2015

Nostos (νόστος)

Hay conceptos cuyo significado emociona: uno de ellos es palabra griega nostós
Para caligrafiarla he utilizado un papel apergaminado oscuro, con el fin de destacar el color blanco. 
Los colores, por cierto, no deben dar lugar a confusión: el citado blanco y el azul cobalto no corresponden a la actual bandera griega —aunque me agrade la coincidencia— sino a un concepto cromático muy personal del Mediterráneo, desde las costas del Asia Menor hasta nuestro levante. Son los mismos que han acariciado mis ojos tantas veces, por ejemplo, en mis paseos por Sitges.


La inicial, basada en la tipografía Herculano, es un signo que puede servir tanto para la ni —o nu— griega como para la ene latina. En la palabra en griego también he utilizado dos grafías diferentes para la letra sigma (correspondiente a nuestra ese) según esté en medio de la frase o al final.


Nostos (νόστος). Primera reflexión.

(Dedicado especialmente a mi hijo, mis hijas y a mi hermano Pablo, con quien he compartido unos días)

La voz griegas “nostos”, que algunos pronuncian “nostós”, está en el origen de nuestra palabra “nostalgia”, ese dolor sentido por no poder regresar. 

Podríamos decir que significa, simplemente, “regreso”; pero esta traducción, por más que literal, es errónea, porque el nostós describe el deseo del retorno, de recobrar el mundo perdido, pero desde una perspectiva heroica.
Y es que la palabra es rica en matices. Los primeros nostoi —plural de nostós en griego— eran relatos plagados de aventuras, que incluían un regreso final. Empezaron a popularizarlos los micénicos, hace más de dos mil años siendo el más conocido y paradigmático, La Odisea, fijada por Homero en el siglo VIII a.C. 
La épica era repetitiva: un héroe ha de abandonar su hogar, su patria. Hace lo que ha de hacer y asume todas sus consecuencias; pero en su corazón guarda siempre el deseo de volver, que es uno de los cimientos de sus quehaceres.
Desde esta perspectiva, nostós significa, sobre todo, negarse a olvidar, aunque eso provoque sufrimiento por la ausencia de lo querido. 
Lo que permite a Ítaca trascender sus límites geográficos y convertirse en un símbolo para muchos.
Porque ¿quién no ha deseado, alguna vez, regresar? A cualquier lugar, a cualquier edad, a cualquier persona, a cualquier sentimiento. Como cantaba Gardel en aquel tango inolvidable: “Volver”. 
¿Quién no ha soñado, en algún momento, recuperar aquello que tuvo e, incluso, lo que pudo tener? Un amor que perdió o que no pudo ser, un rincón bajo el árbol en la plaza, esa conversación que nunca tuvimos con nuestro padre, la salud. Desde hace miles de años los hombres han soñado y temido, a partes iguales, la utopía del uróbobos, una especie de dragón mítico que se muerde su propia cola creando un círculo sin fin, símbolo del esfuerzo inútil y el eterno retorno.
Ítaca es un símbolo de ese lugar —real o imaginario, y no obligatoriamente espacial— donde alguna vez hemos deseado regresar.  Y nostós el sentimiento que, de tenerlo, nos empujaría a luchar para recuperarlo. A veces, Ítaca es un lugar externo; otras veces, interno. Porque también, algunos, deseamos recobrar espacios interiores olvidados. Recuperar vivencias o sensaciones y reinterpretarlas; forjar nuestro futuro reestructurando ese tiempo perdido que es, hoy por hoy, nuestro pasado. 
Muchos lo intentan en solitario; otros piden ayuda a terapeutas multicolores para que los guíen por los procelosos mares donde se mezclan los recuerdos, reales o imaginados, con las imágenes con que el subconsciente —dicen algunas escuelas— nos adereza los sueños.
Y es que todos tenemos no una, sino varias Ítacas pendientes. Reconocerlas y priorizarlas es un primer paso; luchar por el regreso, quizás una finalidad vital.
La vida no es un viaje, son muchos y algunos simultáneos. Atendamos, pues, si es que aún nos invade el sentimiento, a nuestros nostós.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo

viernes, 14 de agosto de 2015

C de Carla

Queda aún mucho tiempo, pero hace unas semanas encontré la frase con que deseamos felicitar las Navidades y el Año Nuevo el próximo diciembre —repetiremos con San Agustín de Hipona como autor— y empecé a trabajar en el proyecto. 
EL primer elemento ha sido la letra capitular, una C en este caso y, para ir más sobre seguro respecto al resultado decidí realizar una copia por adelantado. 
Dado que Carla es el nombre de mi segunda hija, he titulado esta caligrafía “C de Carla”. Y es que desde ahora, cada vez que trabaje con una inicial, se la dedicaré a una persona querida.

A nivel técnico, la forma de la C es una variante personal pero para la decoración interior me he basado en un alfabeto de Owen Jones de 1864.

Para el dorado he vuelto al pan de oro —imitación, of course—y creo que voy mejorando, aunque muy poco a poco, y sigo sin encontrar la técnica adecuada para conseguir el volumen y el alisado, aunque la imagen al natural queda mejor que en la fotografía, que he tenido que contrastar un poco para compensar ciertos aspectos. 

El papel es un artesano de la casa Garzapapel de 20 x 14,5 cm. que ha presentado algunas dificultades con la plumilla a causa de su textura. Los colores esta vez son tinta roja y gouaches, ya que he decidido evitar la acuarela. Para algunos trazos he utilizado —lo hago con cierta frecuencia últimamente— el tiralíneas y las plantillas de curvas. 

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.

martes, 11 de agosto de 2015

Gracias por tu presencia: Reflexiones sobre la humildad

“La octava lucha es contra el espíritu de la soberbia (…) Como un morbo contagioso y pernicioso, no destruye solamente una parte del cuerpo, sino el cuerpo entero (…) Puesto que si alguno fuera ardiente en su celo, solícito en su determinación, aun así, revestido de carne y sangre como lo es, no podrá alcanzar la perfección si no es por la misericordia de Cristo y de su gracia. Dice Santiago: Todo regalo bueno... viene de lo alto (St 1:17). Y el apóstol Pablo: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te alabas como si no lo hubieras recibido (1Col 4:7), exaltándote como por cosas de tu pertenencia?”
Casiano el Romano (360-c. 435) al Obispo Castor. La Filokalia
Dentro de los pecados capitales que condena el cristianismo, afirman algunos Padres de la Iglesia, el más importante es la soberbia. La virtud para combatirlo, la humildad. 
El significado de esta virtud, sin embargo, ha sido a menudo tergiversado. Por ejemplo, en el lenguaje cotidiano se aplica a ámbitos tan diversos como a un azar de nacimiento —ser de clase humilde—  o a cierta incapacidad para reconocer los propios logros y, machacarse, por el contrario, con los defectos personales. Limitar esta gran virtud a estas opciones me parece un poco necio, la verdad. Y vincularla en exceso con la modestia, o con con el verbo asociado, humillar, tampoco es que ayude mucho a potenciarla.
Hoy quiero proponeros otra interpretación basándome en las ideas de Casiano el Romano, aunque desde una perspectiva laica.
Lo del self-made man — o la self-made woman, si se prefiere— tiene mucho de mito. Nadie se hace a sí mismo en solitario; no nacemos ni vivimos en el vacío, sino en una sociedad, un pueblo, unas tradiciones, una familia. Todos y cada uno debemos no algo, sino mucho, a nuestro entorno y a nuestra historia. Con sus cosas buenas y sus no tan buenas, que todo hay que decirlo. Millones de personas aportaron y siguen aportando sus ideas, su esfuerzo y su trabajo para que aprendamos matemáticas, utilicemos Internet, votemos en unas elecciones, superemos el machismo o conduzcamos un coche.
Nuestros logros no son sólo nuestros; son también de mucha más gente, de cuyos logros anteriores dependen. A esa conciencia de dependencia del entorno es a lo que me refiero hoy con humildad. 
El primer sentimiento más afín, reflexiono ahora, debería ser el de agradecimiento. Y en eso estoy ocupado ahora.
A todos vosotros, a todas vosotras: gracias por vuestra presencia en mi vida. Pero en singular, a cada cual, personalizada. Por eso he utilizado el “tu” y no el “vuestra” en esta caligrafía dedicada a todos y cada uno.
Lamento no poder hacerlo personalmente. A algunas personas no se lo podré agradecer nunca: unas hace tiempo que nos dejaron, otras son de una generación ajena a las redes sociales y tardaré tiempo en verlas. A muchas, la diferencia de etapas históricas tampoco lo hace posible. A muchas quizás les costaría entender esta franqueza y me mirarían de una forma rara; no hay tanta confianza.
Pero sí a cada uno de vosotros, de vosotras, que ahora leéis esto. A los que habéis estado cerca en tantos momentos, buenos y malos: primero a los miembros de mi familia —padres, hermanos, esposa, hijos, cuñados, sobrinos…y no necesariamente por este orden— , a los que tanto sé que debo, y también a los buenos amigos. A todas esas personas tan íntimas con quienes tan a menudo he compartido tiempo, espacio, sentimientos, expresiones, comidas, ideas …  —y he de reconocer que las comidas, a menudo, han superado a las ideas, aun siendo estas generalmente  excelentes—. 
Pero también a los que quedáis en los siguientes círculos: compañeros de trabajo de diferentes etapas de mi vida, a algunos de los cuales he llegado a querer y colocar en el epígrafe anterior; a algunos maestros —he de reconocer que ha habido más maestras— y alumnos —y también en el recuento salen más alumnas—, que me habéis permitido asombrarme con vuestras lecciones magistrales, unas basadas en conocimientos, otras en la vida misma. A quienes habéis compartido conmigo músicas, libros, películas, series de televisión, o simplemente silencios importantes. A ti, que estuviste una tarde al lado, simplemente sin decir nada; a ti, que pusiste tu mano en mi hombro cuando lo necesitaba; o me diste el abrazo requerido; o, en vez de consolarme, me ayudaste a reírme de esa necedad que atenazaba y me hacía sentirme mal. Y a los últimos en llegar: aquellos y aquellas que, aun sin conocernos personalmente, a través de la Red, me habéis obsequiado con vuestro saber hacer, compartido vuestros trabajos, enriquecido con vuestros comentarios o aportado vuestros ejemplos.
A unos os elegí yo y me aceptasteis; otros me elegisteis a mí. Pero eso carece de importancia.
Sea como fuere, soy consciente de que yo no soy sólo eso que llamo Yo. Soy también un poco de cada cual y, de algunos, de algunas, mucho. Soy una esencia transformada con la suma de las aportaciones de todos. 
La soledad real no existe: es sólo una ilusión en nuestra forma de percibirnos en algunos momentos. Formamos parte de comunidades emocionales y de información. No es posible la existencia de un Yo sino integrado en diversos Nosotros. 
Gracias, de nuevo, por TU presencia, por la tuya concreta; por formar parte de uno, o varios, de esos Nosotros que me han hecho ser lo que soy, estar donde estoy. Por mínima que creas que haya sido tu aportación. Porque quizás nunca llegues a imaginar la gran importancia que ha tenido en mi vida.
El segundo sentimiento que me parece vinculado a la humildad es el de la búsqueda del perdón: pido disculpas y lamento profundamente si no he sido tan generoso como habéis sido conmigo cada uno vosotros, de vosotras, y no os he devuelto, en proporción, todo lo recibido. En la medida de lo posible, y aunque conociéndome sé que no me será fácil, procuraré enmendarme.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.

P.S. Un tercer sentimiento estaría relacionado con la superación de otro pecado capital, la acidia. Pero eso sí que ya es otra historia.

Gracias por tu presencia

Estos días pasados he estado trabajando en un pequeño homenaje a tantas y tantas personas, unas muy cercanas, otras no tanto, que han sido importantes en mi vida. Un agradecimiento por tantos momentos, ideas o expresiones sentimentales compartidas.

He trabajado con un papel apergaminado, tinta roja y una solución de nogalina. Para el dorado de las iniciales he vuelto a intentar el uso de pan de oro —de imitación, de momento— y voy cogiéndole el tranquillo, aunque veo que me falta mucho y soy incapaz de lograr el volumen que deseo. 

Quizás el gesso que utilizo de base no es el adecuado o la técnica de aplicación no es la correcta. Como siempre, si alguien dispone de información y quiere compartirla, estaré encantado.


Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo (un poco sofocante este año).