Frente a un Plauto (254-184 a.C) que acuñara la frase “Homo humini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre) popularizada por Hobbes, a Lutero o Freud, que defendieron la existencia de cierta “maldad natural”, otro grupo ha defendido la bondad como característica propiamente humana y han culpabilizado a la organización social —a unas más que a otras, claro está— de los males que nos aquejan como especie.
Los adamitas, que aparecieran en el siglo II, fueron una secta cristiana que, mediante la desnudez, pretendían regresar a la inocencia del Edén previo a la Caída. Perseguidos, renacerán en el siglo XIII en Bohemia o Flandes, hasta que fueron exterminados en el siglo XV. El P. Bartolomé de las Casas, en el s. XVI, ya defendía la bondad de los indios americanos frente a la maldad de los conquistadores españoles; Jean-Jacques Rousseau, en el s. XVIII, acabó de formular la teoría, que se extiende, desvirtuada, a partir de la Revolución Francesa: el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad pude corromperlo. Los últimos panfletos, preciosos, por cierto, de la especie que recomiendo encarecidamente son el libro Los Papalagi, un conjunto de discursos atribuidos al jefe samoano Tuiavii de Tuiavea y la magníficas películas Bailando con lobos, dirigida e interpretado por Kevin Costner y Avatar, dirigida por James Cameron en 2009.
Expongo lo anterior para que se entienda la existencia, en el imaginario colectivo occidental, de otro lugar no menos importante que Ítaca en la mítica occidental: Arcadia.
Occidente la ha añorado, al menos, desde la Edad Moderna:Arcadia es ese lugar feliz, de santa sencillez, bucólico, donde los pastores —o los integrantes de cualquier otro pueblo ágrafo y poco desarrollado tecnológicamente— viven en comunión con la naturaleza y demuestran las maravillas de la bondad natural. El nacimiento y popularización del mito del buen salvaje, del hombre primitivo íntegro, feliz y unido a la Naturaleza, con la que se integra y a la que respeta, ha pertenecido al imaginario colectivo de una parte importante de la población educada.
Volver a la Arcadia feliz, recobrar el Paraíso terrenal previo a la Caída, o construirlo de nuevo en este mundo, sin esperar al Más Allá, también ha sido un viaje repetidamente deseado. Una de las utopías más prolíficas, amalgama de tantas y tantas revoluciones religiosas y sociales y fundamento del terrible dicho popular: “el camino a los infiernos está plagado de buenas intenciones”.
De ahí la diferencia. Ulises no añora Arcadia, sino Ítaca. No lucha por regresar a un mundo feliz que sólo existe en imaginaciones de personas sensibles —o sensibleras, según quién lo comente—, sino a un mundo real, duro y terrible, que él mismo ayudó a construir antes de su partida. Y es más, no al mundo que fue sino al que ahora será, y que él sabe y acepta distinto al que dejó porque también él ha cambiado.
En el canto XXIII de La Odisea, para que Penélope pueda aceptar que es él, Ulises le repite uno de sus secretos compartidos: dentro del patio de su palacio/hogar hay —si nadie lo ha cortado ni cambiado— un tronco de olivo; en torno a él edificó, con piedras, su dormitorio y le puso puertas; luego convirtió el tocón en el pie del tálamo nupcial y en él generaron a Telémaco. Diferencia, así, lo anecdótico, sujeto a cambios constantes, de lo esencial, que es lo que él se ha negado a olvidar en veinte años renunciando por ello, incluso, a la inmortalidad que le ofreció la ninfa Calipso.
Mientras regresa, Ulises sabe que tendrá que guerrear de nuevo, que deberá volver a usar su ingenio para recuperar lo que es suyo y otros quieren arrebatarle. Eso hace muy distinto el concepto de nostós de la simple nostalgia. Han pasado veinte años desde su partida; él y Penélope son más viejos, Telémaco es ya un hombre, pero Itaca sigue siendo su hogar y en casa hay un tálamo que todavía descansa sobre el tocón del olivo donde él lo puso.
Rizando el rizo y volviendo a mi afirmación de que todos tenemos varias Ítacas pendientes: la búsqueda interior, el regreso al hogar más profundo, requiere un conocimiento previo, un saber más que un imaginar o desear ser.
Algunos, me parece que debo concluir, deberemos conformarnos con la simple nostalgia, con encandilarnos, incluso, con más de una utopía, personal o social. El nostós no es para los demasiados, que diría Nietzsche; tristemente para muchos, es tarea únicamente de héroes.
Ferdinandus, d.s. Todavía bajo el signo de Leo.
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