martes, 11 de agosto de 2015

Gracias por tu presencia: Reflexiones sobre la humildad

“La octava lucha es contra el espíritu de la soberbia (…) Como un morbo contagioso y pernicioso, no destruye solamente una parte del cuerpo, sino el cuerpo entero (…) Puesto que si alguno fuera ardiente en su celo, solícito en su determinación, aun así, revestido de carne y sangre como lo es, no podrá alcanzar la perfección si no es por la misericordia de Cristo y de su gracia. Dice Santiago: Todo regalo bueno... viene de lo alto (St 1:17). Y el apóstol Pablo: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te alabas como si no lo hubieras recibido (1Col 4:7), exaltándote como por cosas de tu pertenencia?”
Casiano el Romano (360-c. 435) al Obispo Castor. La Filokalia
Dentro de los pecados capitales que condena el cristianismo, afirman algunos Padres de la Iglesia, el más importante es la soberbia. La virtud para combatirlo, la humildad. 
El significado de esta virtud, sin embargo, ha sido a menudo tergiversado. Por ejemplo, en el lenguaje cotidiano se aplica a ámbitos tan diversos como a un azar de nacimiento —ser de clase humilde—  o a cierta incapacidad para reconocer los propios logros y, machacarse, por el contrario, con los defectos personales. Limitar esta gran virtud a estas opciones me parece un poco necio, la verdad. Y vincularla en exceso con la modestia, o con con el verbo asociado, humillar, tampoco es que ayude mucho a potenciarla.
Hoy quiero proponeros otra interpretación basándome en las ideas de Casiano el Romano, aunque desde una perspectiva laica.
Lo del self-made man — o la self-made woman, si se prefiere— tiene mucho de mito. Nadie se hace a sí mismo en solitario; no nacemos ni vivimos en el vacío, sino en una sociedad, un pueblo, unas tradiciones, una familia. Todos y cada uno debemos no algo, sino mucho, a nuestro entorno y a nuestra historia. Con sus cosas buenas y sus no tan buenas, que todo hay que decirlo. Millones de personas aportaron y siguen aportando sus ideas, su esfuerzo y su trabajo para que aprendamos matemáticas, utilicemos Internet, votemos en unas elecciones, superemos el machismo o conduzcamos un coche.
Nuestros logros no son sólo nuestros; son también de mucha más gente, de cuyos logros anteriores dependen. A esa conciencia de dependencia del entorno es a lo que me refiero hoy con humildad. 
El primer sentimiento más afín, reflexiono ahora, debería ser el de agradecimiento. Y en eso estoy ocupado ahora.
A todos vosotros, a todas vosotras: gracias por vuestra presencia en mi vida. Pero en singular, a cada cual, personalizada. Por eso he utilizado el “tu” y no el “vuestra” en esta caligrafía dedicada a todos y cada uno.
Lamento no poder hacerlo personalmente. A algunas personas no se lo podré agradecer nunca: unas hace tiempo que nos dejaron, otras son de una generación ajena a las redes sociales y tardaré tiempo en verlas. A muchas, la diferencia de etapas históricas tampoco lo hace posible. A muchas quizás les costaría entender esta franqueza y me mirarían de una forma rara; no hay tanta confianza.
Pero sí a cada uno de vosotros, de vosotras, que ahora leéis esto. A los que habéis estado cerca en tantos momentos, buenos y malos: primero a los miembros de mi familia —padres, hermanos, esposa, hijos, cuñados, sobrinos…y no necesariamente por este orden— , a los que tanto sé que debo, y también a los buenos amigos. A todas esas personas tan íntimas con quienes tan a menudo he compartido tiempo, espacio, sentimientos, expresiones, comidas, ideas …  —y he de reconocer que las comidas, a menudo, han superado a las ideas, aun siendo estas generalmente  excelentes—. 
Pero también a los que quedáis en los siguientes círculos: compañeros de trabajo de diferentes etapas de mi vida, a algunos de los cuales he llegado a querer y colocar en el epígrafe anterior; a algunos maestros —he de reconocer que ha habido más maestras— y alumnos —y también en el recuento salen más alumnas—, que me habéis permitido asombrarme con vuestras lecciones magistrales, unas basadas en conocimientos, otras en la vida misma. A quienes habéis compartido conmigo músicas, libros, películas, series de televisión, o simplemente silencios importantes. A ti, que estuviste una tarde al lado, simplemente sin decir nada; a ti, que pusiste tu mano en mi hombro cuando lo necesitaba; o me diste el abrazo requerido; o, en vez de consolarme, me ayudaste a reírme de esa necedad que atenazaba y me hacía sentirme mal. Y a los últimos en llegar: aquellos y aquellas que, aun sin conocernos personalmente, a través de la Red, me habéis obsequiado con vuestro saber hacer, compartido vuestros trabajos, enriquecido con vuestros comentarios o aportado vuestros ejemplos.
A unos os elegí yo y me aceptasteis; otros me elegisteis a mí. Pero eso carece de importancia.
Sea como fuere, soy consciente de que yo no soy sólo eso que llamo Yo. Soy también un poco de cada cual y, de algunos, de algunas, mucho. Soy una esencia transformada con la suma de las aportaciones de todos. 
La soledad real no existe: es sólo una ilusión en nuestra forma de percibirnos en algunos momentos. Formamos parte de comunidades emocionales y de información. No es posible la existencia de un Yo sino integrado en diversos Nosotros. 
Gracias, de nuevo, por TU presencia, por la tuya concreta; por formar parte de uno, o varios, de esos Nosotros que me han hecho ser lo que soy, estar donde estoy. Por mínima que creas que haya sido tu aportación. Porque quizás nunca llegues a imaginar la gran importancia que ha tenido en mi vida.
El segundo sentimiento que me parece vinculado a la humildad es el de la búsqueda del perdón: pido disculpas y lamento profundamente si no he sido tan generoso como habéis sido conmigo cada uno vosotros, de vosotras, y no os he devuelto, en proporción, todo lo recibido. En la medida de lo posible, y aunque conociéndome sé que no me será fácil, procuraré enmendarme.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.

P.S. Un tercer sentimiento estaría relacionado con la superación de otro pecado capital, la acidia. Pero eso sí que ya es otra historia.

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