viernes, 19 de junio de 2015

Reflexiones: Nec metu nec spe, sin miedo ni esperanza.

Nunca he tenido demasiada inclinación por la historia de la filosofía, y reconozco que los textos que más he disfrutado, durante años, han sido los dos tomos de la Historia de la filosofía griega de Luciano di Crescenzo, escritos con una mezcla de espíritu didáctico, sentido del humor y puesta al día de las distintas teorías en los barrios populares de su Nápoles natal.
En la segunda parte nos explica que fue uno de los primeros estoicos, Zenón, el que le dijo a un discípulo muy hablador aquello de que por algo tenemos dos orejas y una sola boca y predicaba, como todos, la indiferencia, el desapego  y la impasibilidad aunque Séneca, el último gran estoico, resultó ser uno de los hombres más ricos del Imperio Romano, lo que prueba que el desapego no siempre significaba la renuncia.
Rechazaban el Azar y creían, en cambio, en el Destino, en una Naturaleza Inteligente, donde cada cosa tenía su razón de ser y formaba parte de un plan, aunque nosotros no lo conociéramos. Y, de entre las pasiones, a cuatro las consideraban extremadamente peligrosas y, por ende, a evitar: el placer, el dolor, el deseo y el temor. El hombre que se entregara a ellas era considerado un insensato, que era el opuesto al sabio.
Posteriormente, sin embargo, Panecio y Posidonio relajaron un poco esta filosofía. Citando a Diógenes Laercio citado por De Crescendo: “admitieron que la virtud, por sí sola, no conseguía garantizar una buena existencia, sino que eran también necesarias la salud y algo de dinero”. Sería lo que hoy llamaríamos un pragmatismo estoico.
Resumiendo, la frase me parece impactante y en más de una ocasión me hubiera gustado tener la entereza para enfrentarme a los acontecimientos pronunciándola desde el corazón. Pero está lejos de mí y hoy, después de caligrafiarla, me percibo mucho más epicúreo, lucho por vivir tranquilo y me siento, mal que me pese a veces, lleno de miedo y esperanza.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Géminis.

Nec spe nec metu. Ni esperanza ni miedo.

Aunque la frase se atribuye a veces a la renacentista Isabella d’Este al parecer la citaba ya Cicerón. En mi caso, creo recordar que la encontré por primera vez en un tratado sobre el estoicismo y con el orden cambiado: Nec metu nec spe, que personalmente me resulta más sugerente y por eso la he caligrafiado así. La traducción tampoco era literal, y tenía un punto poético que todavía recuerdo; en vez de “ni miedo ni esperanza” era “Sin miedo ni esperanza”.
En cualquier caso, no me fue difícil imaginar, al leerla por primera vez, a los guerreros espartanos —en la batalla de las Termópilas, con Léonidas al frente, por ejemplo— teniéndola como lema.
Para esta caligrafía he probado un papel nuevo, concretamente un Dessin blanc Imagine de Canson, en formato DIN A5 (14,8 x 21 cm) y de 200 gr/m2. En el bloc que compré, de 50 páginas, lo anuncian como “multitécnica” y realmente me ha funcionado muy bien. A pesar de llevar en el nombre “blanc” tiene un lijero color ahuesado que lo hace muy agradable —lamento que los colores en la fotografía dejen que desear—.
El rojo es la tinta Escarlata de Winsor & Newton Calligraphy Ink y el azul cobalto, esta vez, es el gouache 512 de Talens. El tono me gusta menos que el de Pelikan, pero tenía este último desde hace muchos años y he tenido que dejar de usarlo porque había perdido poder de fijación y manchaba el papel cuando lo rozaba después de secarse.

Para el dorado he vuelto a la imitación de pan de oro sobre gesso, pero los resultados siguen sin ser los apetecidos.
Sin repetir diseños sí que he repetido ideas. La inicial, aunque no tiene nada que ver con las originales, está inspirada en algunos diseños de las mayúsculas de Gregorius Bock en su Scribal pattern book (c. 1510-1517) , conservado en la Beinecke Rare Book & Manuscript Library, de la Universidad de Yale (ya utilicé este referente anteriormente, en http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2015/05/godelieve-fernando.html ).

Las minúsculas tampoco son una novedad, ya que las utilicé también en el post citado y, como ya señalé, están inspiradas en un alfabeto ornamental del s. XVI recogido en el XIX por Freemon Delammotte (yo lo encontré en http://www.odisea2008.com/2008/04/alfabetos-ornamentados-caligrafia_06.html , donde también se ofrecen el enlace a la página original).
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Géminis.


Antonio Machado. Proverbios y cantares: XXXV

Como norma, mi afición a la caligrafía se mueve en un ámbito quizás demasiado personal; en este caso, sin embargo, la idea de caligrafiar este poema de Machado no ha sido mía, sino una petición de Cecilia, una buena amiga de la familia.
Ha sido un ejercicio interesante que he de repetir, porque me ha obligado a pensar más allá de mí, a preguntar o a intuir, a reconocer de otra manera a quien ya crees conocer. Que no deja de ser un camino un poco más largo e interesante para acabar descubriendo cosas de ti mismo.
A nivel técnico, todo esto lo he notado en el proceso. Normalmente parto de unos diseños previos y luego, en función de los resultados que aparecen, voy introduciendo cambios que entiendo como mejoras. En este trabajo, esos cambios han sido mucho más notables y el resultado final bastante más diferente al imaginado en un principio.

Para las iniciales me he inspirado en formas y decoraciones de diferentes manuscritos medievales. La D, por ejemplo, se basa en una idea tomada de Royal 3B XI Commentary on Psalms; la H en Burney 310 ff. 1-89-v Eusebius of Caesarea... y los decordos interiores en Burney 212 ff. 1-128v Valerius Maximus, Facta et dicta..

Aparte de la cuestión sentimental, tan importante, el poema en sí, que yo no conocía, también me llegó hondo. Machado nos describe dos formas de entender la realidad, de enfrentarse al mundo, de percibir lo que nos rodea y, sin definirse por ninguna, nos pregunta a cada lector qué opción tomamos habitualmente. Y nos deja la pregunta de si estamos seguros que esa es la mejor.

Como el poema era largo, he utilizado un formato un poco más grande que el típico DIN A4, concretamente el papel Caligraphie, de la casa Lana de 24 x 32 cm  y 250 gr.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Géminis


P.S. Entiendo que el poema requiere una reflexión; pero en este caso, le he cedido la palabra a Cecilia —me ha parecido lo más indicado— y, cuando me la envíe, la publicaré. Será una nueva experiencia, tener posts invitados.

jueves, 18 de junio de 2015

Y sin embargo, os quiero.

Por un error estúpido —posiblemente en mi inconsciente recordaba el título de una canción de infancia de Conchita Piquer, modernizada luego por Joaquín Sabina—,  he escrito “Y sin embargo, te quiero”, cuando lo que quería escribir era “Y sin embargo, os quiero”, así, en plural.
Pero en fin, dejemos que el Dr. Freud extraiga las conclusiones de este acto fallido y vayamos a lo nuestro.
Esta frase, con “os”, que no con “te”, es, desde hace años, uno de los lemas familiares. Trabajamos en mejorar, incluso en corregirnos —cada cuál a sí mismo, los unos a los otros— pero luchamos por aceptarnos en nuestra esencia, por asumir nuestras particularidades, nuestra peculiaridad, eso que denominamos nuestras idiosincrasias.

Así que es una frase para que podamos leer todos y cada uno de los cinco componentes pensando en los demás. Aplicable en sucesivos círculos, por supuesto, a familiares de otros grados y a amigos.

A nivel cromático, quizás por el momento, a pesar de estar aún en primavera todo es muy otoñal.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Géminis.

lunes, 15 de junio de 2015

Elogio de la imperfección. 3. Nadie es perfecto.

Del cine he aprendido muchas cosas. Y de algunas series de televisión, también. Desde hace años he descubierto en algunas producciones audiovisuales una sutileza filosófica que muchos libros pretendidamente profundos no tienen, o te ofrecen tras de una eternidad de farragosas páginas.
En mi formación “académica” han habido —hay, no se acaba nunca— buenos autores y profesores —y alguna profesora extraordinaria—, pero coexistieron con Chaplin, García Berlanga, Lubitch, Fellini, José Luis Cuerda, John Ford o Billy Wilder. Ellos hicieron de contrapeso a la terrible seriedad bibliográfica de que me rodeé a veces y, en más de una ocasión, me regalaron la sonrisa que me sacó del marasmo.
Un ejemplo: nunca me he tenido por romántico y algunos clásicos, como Romeo y Julieta, me han resultado ñoños e infumables. Las declaraciones de amor al uso me parecen, en general, lamentables, salvo que se aderecen con humor —algún capítulo de Modern Family que toca el tema me ha parecido fantástico— y en general más falsas que un duro sevillano.
Y, sin embargo, una declaración de amor en una película me hizo vibrar en su momento y vuelve a encantarme cada vez que vuelvo a oírla. Porque en un momento encontré lo que, en términos platónicos, podríamos definir como la declaración ideal.
El film lo dirigió en 1959 Billy Wilder y en España lo titularon Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot fue su título original). La historia era sencilla: un par de músicos presencian uno asesinato durante la Ley Seca. Son descubiertos por los gánsteres y, para evitar que acaben con ellos, deciden disfrazarse de mujeres e integrarse en una banda de música femenina. Dejando de lado los enredos típicos que se suceden, de uno de ellos (de “ellas”, la interpretada por Jack Lemon), se enamora perdidamente un millonario. En el último minuto de la película —impagable—, en un paseo en su yate, le pide que se case con él. La declaración es apoteósica.
Resumo. Él le solicita matrimonio de una forma franca y directa y “ella” le va poniendo sistemáticamente pegas a las que él, sin inmutarse, le ofrece alternativas:
Le propone casarse con el vestido de novia de su madre y ella responde que no es de su talla —lo arreglaremos—;
ella le dice que no es rubia natural —no le importa—;
ella fuma —a él le es igual—;
lleva unos años viviendo con un saxofonista —se lo perdona—;
nunca podrán tener hijos —los adoptarán—;
finalmente “ella” se enfada, se arranca la peluca, deja de usar la voz atiplada femenina y, con su voz natural y grave le dice: “es que no lo entiendes, ¡soy un hombre!”. La respuesta del pretendiente, tranquilo y sonriente, es: “bueno, nadie es perfecto”.
La moraleja era terriblemente moderna para su tiempo, y aún lo es hoy.
Propone aceptar y querer al otro, o la otra, como es, no como nos gustaría que fuera; no reprocharle nada, no pedirle que cambie por nosotros. Asumirlo sin juzgarlo.
Frente a tantos mensajes repetidos del tipo “si me quieres, cambiarás”, “hazlo por nosotros”, “deberías mejorar al menos en esto”, “¿qué trabajo te cuesta?”, etc. esta declaración representa, para mí, la declaración de amor unidad, aquella que es la medida con la que comparar el resto.
No solo se acepta la imperfección; se parte de la imperfección. Por encima de cualquier prejuicio, sin emitir ningún juicio moral; sin reproches por el pasado, olvidando cualquier reclamación o petición de “mejora”. Utópica, pero entrañable. ¿Qué menos que caligrafiarla para recordarla mejor?
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Géminis.

P.S. Es último minuto citado de esta película puede verse en YouTube.
Traducida al castellano en https://www.youtube.com/watch?v=zbmSHK-1XY4