martes, 9 de junio de 2015

Elogio de la imperfección. 1. Done is Better than Perfect.

Mis reflexiones sobre la imperfección vienen de lejos. “Asumir nuestras debilidades nos aleja de la perfección, pero nos ayuda a ser más tolerantes con los demás y profundamente humanos”: esta era la entradilla de un artículo que escribí para la revista CuerpoMente en abril de 2002. Han pasado muchos años, y cada vez defiendo el derecho a la imperfección con más ahínco; aún más, abogo por la necesidad de ser, y aceptarnos, imperfectos.
Pero vayamos por orden. Desde una perspectiva teológica, en su sentido más amplio, entiendo que la perfección, en caso de existir, sería un atributo exclusivamente divino.
Cualquier intento de conseguirla, por tanto, no sería más que un pecado de soberbia —en la terminología judeo-cristiana— o, para los antiguos griegos, de hybris: esa forma de desmesura e insolencia que consiste en intentar transgredir los límites que los dioses nos han puesto.
El castigo, para los primeros, era el infierno en el otro mundo; para los segundos, la némesis en éste.
Llego más lejos en esta perspectiva teológica: Dios, los dioses, de existir, aún pudiendo ser perfectos, habrían elegido también la imperfección como forma suprema de la creación. Lo descubrí siendo joven, mientras leía, asombrado, la lección inaugural que pronunciara Jacques Monod en la Cátedra de Biología del Collège de France.
La idea del Premio Nobel era extraordinariamente sencilla: La vida —hablamos del ADN— se reproduce a partir de dos características: a una la llamó teleonomía, la orientación hacia un fin. El ADN citado, dentro de su estructura, alberga la instrucción de replicarse exactamente, sin variación, exactamente igual generación tras generación. Ahora bien, también en esta molécula básica de la vida está implícita la posibilidad de sufrir errores en dicho proceso de replicación; a esta capacidad Monod la llamaba emergencia. La sufrirían algunas de estas replicaciones que, gracias a un “error”, darían lugar a una mutación. Ésta, gracias de nuevo a la teleonomía, se reproduciría tal cual, excepto algún otro error que produciría otra nueva mutación que volvería a repetirse a sí misma, etc.
Y aquí está el milagro. Si el ADN se hubiera limitado a reproducirse sin error, después de millones de años el mundo de los seres vivos estaría formado todavía por seres unicelulares… suponiendo que no se hubieran extinguido en alguno de los cambios sufridos por la Tierra. En cambio, los errores sucesivos, que a su vez continuaban reproduciéndose y generando nuevos errores, fueron los que han provocado la existencia simultánea de los millones de seres vivos diferentes que han poblado y pueblan nuestro planeta; fueron ellos los que permitieron la posibilidad de adaptaciones diversas a medios ambientes constantemente cambiantes, los que posibilitaron el milagro de la evolución. Desde los virus a los seres humanos pasando por los extintos grandes saurios, las aves, los peces o las plantas: todos son, somos, resultados de sucesivos errores en el proceso de replicación de un ADN primitivo común.
La lectura de la frase de Zuckerberg, el creador de Facebook, me recordó todo esto. De hecho, el desarrollo de los nuevos modelos de negocio en Internet lo que hacen es reproducir mutaciones a ritmo acelerado. Nadie espera tener el producto perfecto para comercializarlo: lanzan la versión Beta, luego la 1.0, la mejoran y sacan una nueva y, finalmente, cuando están a punto de conseguir algo cercano a lo perfecto, un nuevo programa, un nuevo sistema operativo, una nueva aplicación, de nuevo en versión Beta, deja obsoleto el anterior. Quien espera lograr la perfección para sacar un producto, no es que desaparezca, es que ni siquiera llega a existir en este mundo evolutivamente urgente.
Seamos, pues, imperfectos. No pequemos de hybris. Hagamos, sin esperar más tiempo. Porque, como bien dice Zuckerberg, “Hecho es mejor que perfecto”.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Géminis.
P.S. La conferencia de Jacques Monod a la que hago referencia puede encontrarse en castellano en un texto titulado Del idealismo físico al idealismo biológico, publicado por Anagrama en 1972.

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