jueves, 21 de abril de 2016

De la humildad como virtud. Reflexiones sobre “Una mezcla de flaquezas”.

Nada mejor que una mezcla de flaquezas para atemperar la arrogancia humana. Ellas nos dan la lección justa para que no nos ensañemos con el prójimo, porque muy a menudo somos nosotros quienes merecemos el castigo. Cuando, iracundos, condenamos, nos llaman suavemente la atención y nos aconsejan dulzura en voz baja.
                         Citado en Una mezcla de flaquezas, tercer volumen 
                         de la Trilogía de Salterton, de Robertson Davies

                                                                 Todo lo que existe en el Universo
                                                                 es fruto del azar y de la necesidad.
                                                                                             Demócrito
La soberbia es el peor pecado capital. O, al menos, así lo han considerado grandes exégetas y no soy yo quién para refutarlos. La virtud que se le opone, y por tanto cabría considerar como esencial, es la de la humildad.
Pero antes de entrar en consideraciones, cabría diferenciar conceptos entendidos como sinónimos y que quizás no lo sean: me refiero a la común confusión entre soberbia, orgullo y vanidad.
Dejando aparte esta última, por no embrollar más el tema, diferenciemos los dos primeros, tan distintos entre sí que no se entienden ciertas confusiones.
El orgullo es, por definición, ese sentimiento legítimo, humano y agradable mediante el que expresamos, frente a nosotros mismos o los demás, una satisfacción por algo bien hecho. El niño que ha conseguido un 3 en un examen de matemáticas, siendo sus notas anteriores inferiores al 2; quien, tras ímprobos esfuerzos, acaba aprobando el carnet de conducir; el que finaliza con éxito un trabajo que tantos suponían imposible; aquel otro que es capaz de dejar de fumar por enésima vez… son personas que tienen el derecho de sentirse, por supuesto, orgullosos. Y a manifestarlo públicamente. Y a esperar un reconocimiento sincero por parte de familiares, amigos e incluso allegados. 
Gracias al deseo de sentirnos orgullosos logramos superarnos cada día, bregamos mejor con las adversidades, llegamos a ser mejores de lo que ya somos.
La soberbia, en cambio, es muy diferente. El soberbio es, en mi opinión, el necio que se cree mejor que los demás sin valorar debidamente el azar. El mito del hombre hecho a sí mismo, por ejemplo, en cualquiera de sus múltiples variantes. 
Porque, si bien somos responsables de nuestros logros —o de nuestros fracasos—, nunca lo somos del todo. Mozart fue, indudablemente, un genio; pero si  hubiera nacido en una familia de pastores ¿hubiera compuesto su  maravilloso Requiem? Permitámonos dudarlo. Obviamente, se me puede objetar: ese niño no hubiera sido Mozart, así que no me venga con sandeces. Y la objeción es correcta: pero es la misma lógica que nos indica que Mozart fue el resultado final de un conjunto amplísimo de factores genéticos, sociales, económicos y culturales —como usted, como yo y el hijo de la vecina— y que su obra, por la misma razón —y sin restarle méritos por los que sentirse orgulloso, que los tuvo— no fue un fruto exclusivo de su talento y su trabajo.
Todos y cada uno de nosotros somos lo que somos gracias a nuestro esfuerzo o nuestra indolencia, cierto; pero sin menospreciar nuestra genética, el ambiente social y cultural, el contexto histórico y miles de condicionantes a veces prosaicos: un buen maestro, una tía cariñosa, un encuentro fortuito con la que será nuestra pareja… todo ello nos conforma y nos influye, en un sentido u otro. 
De ahí la importancia de la humildad como virtud a practicar, del reconocimiento de la importancia profunda de los demás. De la asunción del poder del azar en nuestras vidas.
Lo que debería llevarnos a la obligatoriedad de ser solidarios: de ejercer esa necesidad de devolver parte de aquello recibido sin más mérito por nuestra parte que la suerte de haber nacido aquí o allí, en esta o aquella familia, o habernos cruzado en la vida con sabe Dios quién o incluso qué —un buen libro, una hermosa canción, por ejemplo—. 
Desde otra perspectiva, la de la frase caligrafiada, la humildad como virtud también implica la práctica del perdón, entendido como esa capacidad de comprender, de empatizar con el Otro, reconociendo nuestras propias limitaciones, nuestras flaquezas, producto en parte, también, con lo azaroso de la existencia.
Y se me ocurre hoy que, si somos solidarios de un lado, y paralelamente capaces de comprender y perdonar, quizás, sin darnos cuenta, acabemos amándonos más a nosotros mismos y también nos autodisculpemos con más facilidad cuando no alcancemos esa idea de perfección absurda a la que nos empuja el terrible pecado de la soberbia.
La humildad, pues, como propuesta de fuente de felicidad y realización. Y es que para purgar los errores no hace falta esperar un juicio divino tras la muerte. Ni tampoco para obtener la recompensa por la bondad bien entendida, de esa que, si practicamos, bien podríamos sentirnos orgullosos.

Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Aries, del Año del Señor de 2016 (2017 A. G.)

sábado, 16 de abril de 2016

Inicial L de Lia. Boceto.

A veces, el resultado final no permite entender el proceso. Da la sensación de que las cosas salen porque sí, automáticamente. Y quizás eso le pase a otros; pero en mi caso suele ser el resultado de ensayos y errores constantes. 
Esta L ha sido un ejemplo. 
La fuente de inspiración fue una inicial anterior —de octubre de 2012— que utilicé en una caligrafía dedicada a mis padres (http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2012/10/un-trabajo-para-mis-padres-los-abuelos.html). 
A partir de ella empecé los primeros ensayos.

Que poco a poco iba puliendo y que, llegado a un punto de crisis, me obligaron a dividir el trabajo en distintas partes y buscar, primero, soluciones separadas.


Luego vino el primer boceto, que no acabó de convencerme. En él ya incluía, la decoración con acanto, para la que me inspiré en el Clip Art de un ornamento de una pilastra florentina de los Uffizi. Previamente había hecho también varios intentos hasta que llegué a la solución de una espiral de cuatro puntos basada en el rombo.

Finalmente, un segundo intento en el que el trenzado de enmedio era perpendicular al eje en vez de con un punto de fuga y algunas variables más. 

Y podía haber seguido enredando, pero me dije “basta”. Lo mejor de un trabajo no es que salga perfecto —la perfección es atributo exclusivo de Dios, recuérdese—, sino que se acabe.

Y hasta aquí he llegado.
Ahora ponerla en una frase —en este caso en un nombre— en limpio y darle color es harina de otro costal. Tiempo al tiempo.
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Aries del Año del Señor de 2016 (2017 Año de Gracia)


miércoles, 6 de abril de 2016

Nada mejor que una mezcla de flaquezas…

Nada mejor que una mezcla de flaquezas para atemperar la arrogancia humana. Ellas nos dan la lección justa para que no nos ensañemos con el prójimo, porque muy a menudo somos nosotros quienes merecemos el castigo. Cuando, iracundos, condenamos, nos llaman suavemente la atención y nos aconsejan dulzura en voz baja.

Citado en Una mezcla de flaquezas, tercer volumen de la Trilogía de Salterton, de Robertson Davies

Trabajo realizado sobre un papel de dimensiones aproximadas al DIN A4, aunque no perfectamente escuadrado, y con barbas a los cuatro lados, del Molí Paperer Ca l’Oliver.
A veces me pregunto si mi afición es la iluminación medievalizante o el dibujo lineal. Mi tendencia a utilizar regla, cartabón, escuadra y plantilla de curvas va en aumento, y en esta inicial se muestra en su apogeo. 
Debe de significar algo, me digo, pero no sé qué. 
Para los trazos base, como siempre, he utilizado uno de mis estilógrafos Staedtler marsmatic700 de 0,3 mm. cargado con tinta roja de Winsor & Newton.

La inicial la coloreé con acuarela Schmincke cadmium (332) sin preocuparme demasiado de la unidad de tono. Posteriormente apliqué goauche rojo con tiralíneas y, para finalizar, finas líneas de tinta blanca con una plumilla muy fina. (Winsor & Newton 974).

Al final, cuando ya estaba casi concluido, acabó agobiándome tanta recta y tanto espacio en blanco. Y entonces lo vi: un bonito palillero con una plumilla Leonadrt 40 que había comprado para hacer letra inglesa y que tenía abandonada. Y me enredé a hacer volutas. Y ya está. Flaquezas, creo que todo son flaquezas.

Para el texto he vuelto a utilizar la tinta sepia —a pesar de parecerme demasiado oscura— de Winsor & Newton serie Calligraphy aplicada con una plumilla Spedball C 3.
Para el dorado esta vez he hecho lo siguiente: aplicar varias veces una mezcla de gesso, bol de armenia, pasta de relieve y agua azucarada a cada círculo marcado previamente. Un vez secos, pulirlos y aplicar mixtión para fijar el pan de oro.

Ferdinandus, d. s. Bajo el signo de Aries del 2017 A. G.

viernes, 1 de abril de 2016

Una curiosa N inicial (boceto)

Últimamente sigo dándole vueltas a asuntos como la relación entre los diseños de las ilustraciones y la psicología. Me he llegado a plantear, por ejemplo, si las capitulares no podrían ser consideradas una especie de test de Rorschach donde las manchas de tintas simétricas son substituidas por iniciales para evaluar el estado de la personalidad. 

De existir esta relación maldita, y viendo esta N, creo que estoy en crisis. Es de lo más raro que he parido, pero ha salido así. Porque sí. Empezó siendo una inicial inspirada en diferentes letras de los Chants royaux en l'honneur de la Vierge au Puy d'Amiens (1501-1600) pero fue transformándose por sí misma, casi sin que yo me diera cuenta, hasta transfigurarse en lo que ahora muestro.

Lo curioso es que, aunque me resulta casi ajena, cuadra, en más de un sentido, con el texto para el que la he diseñado: una frase acerca de la importancia de las flaquezas del alma.

Ya veremos cómo queda en color y en su contexto.
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Aries de 2017 A.G.