Hace unos días, una amiga que estaba en casa,
pronunció la palabra: ikigai. De
momento no la reconocí. Sólo cuando comenzó la descripción la recordé y me
pregunté cómo podía haber olvidado algo tan importante.
Pero empecemos por el significado de este concepto
japonés: no hay traducción exacta; una idea que se aproxima podría ser “el
sentido de la vida”, pero desde una perspectiva muy particular; también valdría
como significado “la razón de vivir”, aunque quizás, más apropiado, sería “aquello
que te hace levantarte, contento, por la mañana”.
La idea del ikigai
es que cada persona debe encontrar el suyo, personal e intransferible. Si lo
logra, vivirá intensamente cada día porque tendrá claro su porqué, su finalidad,
su legado.
Obviamente, puede y debe cambiar a lo largo de
la vida y, sobre todo, es de máxima importancia encontrarlo en tiempos de
crisis.
Hay quien lo ha asociado al trabajo bien hecho o
al cuidado de la familia, pero a los puristas del tema eso les suena demasiado
a control social, a integración —los japoneses lo encuadrarían en lo que ellos
llaman shikata ga nai—; otros, a la
búsqueda de la felicidad, pero de nuevo el concepto parece ir más allá. Es más
sencillo, pero más complejo.
Un viejo cuento —en la Red abundan las
versiones— lo describe de esta manera: Una mujer está apunto de morir. Su
espíritu está frente a sus antepasados, que le preguntan quién es: “la esposa
del alcalde”, responde; pero uno de ellos le reprocha que no conteste la
pregunta; le han preguntado quién es, no de quién es la esposa. “Soy madre de
cuatro hijos”, vuelve a responder. Y de nuevo el reproche: no le han preguntado
cuántos hijos tiene. “Soy maestra de escuela”; no te preguntamos por tu
profesión, sino quién eres, vuelven a decirle.
Finalmente, la mujer entiende la pregunta y
responde: “Soy quien cuida cada día de mi familia y alimenta las mentes de los
niños del pueblo”. Cuentan que pasó la prueba y finalmente no murió; en cambio,
cuando despertó a la mañana siguiente, supo que había descubierto su ikigai.
Llevo unos días intentando encontrar el mío, y
no consigo una respuesta satisfactoria. Quizás fue eso, mi maldita tendencia a
la comodidad, la que me permitió olvidar hace años la palabra.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Cáncer
Como siempre, uno encuentra en tu blog algo importante, esencial. Sería banalizar decir que es interesante, bonito, agradable... que a muy pocos adjetivos se ha ido viendo reducido el repertorio de valoraciones.
ResponderEliminarSiempre breve, una frase, una palabra, casi siempre maravillosamente caligrafiada, pero que invariablemente te deja pensando, te lleva a meditar sobre algo en que tal vez no habías reparado, o a ver de una forma diferente algo en que sí lo habías hecho.
Gracias por ello, por hacer de tu blog una isla de inteligencia y buen gusto.
Un abrazo, amigo Ferdinandus.
Gracias a ti por los ánimos, Pepe. Cada vez —¿la edad?— me reafirmo más en la importancia de compartir. Siempre pienso que estoy en deuda; si miro lo que doy y lo comparo con lo que recibo, veo un abismo. De ahí mi insistencia en ir aportando, por poco que sea.
EliminarUn abrazo, Pepe.