Mi relación con la historia de este santo
comenzó hace años. En uno de esos días hermosos que pasamos a las afueras de
Beget, en casa de Tomás y Jenny, él me recomendó un autor encarecidamente:
Robertson Davies. Yo había dejado prácticamente de leer novela pero, dado mi
respeto por sus opiniones, siempre acertadas, me comprometí a leerlo. Él, para
dar más solidez a sus argumentos, me dejó tres libros de este autor: los que
componen la Trilogía de Depford.
Los leí seguidos, sin pausas, casi con ansia.
Disfruté de su lenguaje, de su erudición sin caer en la pedantería, de cómo
articulaba las tramas y construía los personajes. De la imaginación que
derrochaba.
En todos ellos encontré ideas memorables pero en
el segundo, Mantícora, encontré una
pequeña historia que me encantó: la que explica la aventura de San Galo
—Gallus—, un monje irlandés que, en el siglo VII, marchó a los Alpes a
convertir al cristianismo a los montañeses. En una cueva pretende hacer su eremitorio,
pero la habita un oso. Siendo él tan místico que necesita ayuda para lo más
cotidiano, llega a un acuerdo con él: a cambio de que le trajera leña, él le
daría pan de jengibre.
La moraleja es obvia: no intentes expulsar ni
domesticar al oso con quien compartes la cueva; si eres sabio, llegarás a un
acuerdo con él.
Esta lectura debió ser durante el invierno de
2009. En la primavera de 2010 compartía por primera vez con mis más próximos, primero
mediante e-mail y luego en un blog ya abandonado, la historia (http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2010/04/e-mail.html).
Al verano siguiente decidimos ir a la Selva
Negra, en Alemania. El pueblecito en el que estábamos se llamaba
Oberhammersbach y, aunque no era el lugar en el que había vivido Gallus, la
iglesia estaba dedicada a él e incluso el bar más interesante del pueblo estaba
en el Hotel Bären (oso), donde también estaban representados, santo y animal,
en una de las vidrieras. Volví a compartir la experiencia con los más cercanos.
(http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2011/09/pan-de-jengibre.html).
Ahora, años después, y en un contexto totalmente
diferente, he vuelto a recordar aquella historia, que tengo subrayada —acabé
comprándome la trilogía, que conservo en casa— y he sentido la necesidad de
caligrafiarla.
Han
pasado los años. Observo con pesar que soy más viejo, pero no más sabio; porque la sabiduría no estriba en
lo que uno sabe, sino en lo que hace con lo que sabe. Y yo, sabiendo o que sé
desde hace tanto tiempo, sigo sin llegar a un acuerdo inteligente con mi oso;
sabiendo que es inútil, a veces intento expulsarlo de la cueva; otras,
domesticarlo.
Creo que
pienso más de la cuenta y rezo en demasía. Por eso a veces él no me trae leña
—y el invierno interior suele ser frío—, y yo no gozo a menudo, como debiera,
compartiendo con él mi pan de jengibre.
Hoy me he prometido, una vez más, mejorar mi
relación con él.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Cáncer.
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