Otro modo de formular la distinción
general es el siguiente: Mediocristán es donde tenemos que soportar la tiranía
de lo colectivo, la rutina, lo obvio y lo predicho; Extremistán es donde
estamos sometidos a la tiranía de lo singular, lo accidental, lo imprevisto y
lo no predicho. Por mucho que lo intentemos, nunca perderemos mucho peso en un
solo día; necesitamos el esfuerzo colectivo de muchos días, semanas, incluso
meses. (...) Sin embargo, si estamos sometidos a la especulación de base
extremistana, podemos ganar o perder nuestra fortuna en un solo minuto.
Nassim Nicholas Taleb.— El Cisne Negro. El impacto de lo altamente
improbable, pág. 82
Diferentes lecturas de ámbitos dispares, aunque
relacionados, como la psicología, la emprendeduría o el coaching, hace tiempo que me remiten a un concepto común
interesante: Zona de confort.
La idea general sería la de una estructura
mental que nos permite trabajar, relacionarnos… vivir, en una palabra, eliminando
al máximo los cambios que impliquen un riesgo —no nos engañemos, los cambios siempre implican riesgos— y que nos
sometan a la presión de tomar decisiones que no sean “las de siempre”.
Una respuesta al miedo a lo desconocido la
buscamos —y encontramos, a veces— en el refugio de la comodidad y la seguridad
de lo ya sabido, de lo conocido desde hace tiempo. Frente a lo original, la
repetición; frente a la novedad, la plácida monotonía.
El problema es que hay un problema: que el mundo
cambia.
Constantemente, además. Envejecemos y el cuerpo
se deteriora, nuestros hijos crecen, los trabajos se transforman o se pierden, nuestros
sentimientos varían, nuestras relaciones mutan, lo que fuimos ayer seguro que
no será lo que seamos mañana... Así que, más tarde o más temprano, deberemos
salir de nuestra zona de confort,
pero no voluntariamente, sino empujados por las nuevas circunstancias: una
separación afectiva, la pérdida del trabajo, una enfermedad, un conflicto con
un hijo adolescente, la traición de un amigo… hay cientos de cosas que tienen
una incidencia directa e importante en nuestras vidas, y la mayor parte de
ellas, aunque no siempre seamos conscientes, escapan a nuestro control. Y esto
puede convertirse en un drama personal de primera magnitud.
¿Por qué, entonces, tantos nos empeñamos tanto
en la inmovilidad? ¿Por qué no correr riesgos gratuitos? ¿Por qué no
entrenarnos en saltar, de vez en cuando, fuera de esa zona de confort, cómoda pero peligrosa? La respuesta está en el
miedo; o mejor, en los miedos, porque son muchos y variados.
Sabemos, o suponemos, que fuera quedan expectativas
desconocidas, alternativas vitales que nunca habríamos conocido de no habernos
arriesgado, personas interesantes que conocer, sucesos mágicos que vivir y,
sobre todo, un sentimiento nuevo de gobernar nuestra propia vida —dentro de
nuestros límites, que son tantos y tan variados como los miedos— de una manera
más eficiente, más completa, más nuestra, con una “nostridad” siempre recién
reconocida y conquistada que, una vez afianzada, sabemos que tenderá a crear
una nueva zona de confort de la que
necesitaremos salir una vez más. Un trabajo Prometeico y por ende inacabable,
como puede verse.
Este deseo de salir de esta zona confortable es el
he encontrado expresado en las dos frases que ahora publico caligrafiadas: Una
afirmación de George Addair (“Todo lo que has querido conseguir está al otro
lado del miedo”) y una propuesta anónima (“Haz cada día algo que temas”).
Con mis mejores deseos. Para mí, para todos.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.
P.S. Si no somos capaces de abandonar de vez en
cuando nuestra zona de confort,
tampoco hay que preocuparse tanto; ya nos dará una patada en algún momento la
vida. Porque aunque no lo sepamos, o no queramos darnos cuenta, todos vivimos una
parte de nuestras vidas en ese país curioso llamado Extremistán.
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