Podría escribir mucho, pero estoy cansado.
Físicamente cansado. Y ya nos hemos dicho muchas cosas, aunque menos de las que
hemos callado.
Quiero, simplemente, recordar una entrada de un
blog ahora inactivo que utilicé para comunicarme, en la distancia y
simbólicamente, con vosotros. Recordando cosas que compartimos antes de seguir
cada uno su camino.
Edward Hall
acuñó en los sesenta un término que me ha gustado siempre: proxémica.
Consiste en una disciplina dedicada al estudio del espacio y de las
interacciones de los seres vivos en su seno. Viene a decir que el espacio nos
condiciona sin que nos demos cuenta y analiza cómo lo hace.
Al hilo de
esta lógica, hablar de nuestra infancia sería insuficiente sin recordar los
espacios en los que nos movimos: el barrio de trazado tortuoso, aquel trozo de
calle con dos olmos y una parra, el callejón de al lado, las dos fuentes
cercanas... la casa de la abuela.
La casa la
había construido su padre, y supongo que tiene un sencillo armazón de vigas
relleno con adobe. A la planta baja ¿recordáis? se accedía por una puerta vieja
con la gatera al lado. Dentro, una especie de zaguán pequeño, fresco y oscuro,
y a mano derecha la cocina compartida, con una única ventana cubierta con una
alambrera. En el lado opuesto, el acceso a la habitación de abajo, donde
dormían los abuelos y donde luego nosotros hicimos tantas siestas.
Esa ventana,
ya de por sí pequeña, quedaba limitada en su luz gracias a unos cuantos
geranios pulcramente plantados en botes de conservas o algún tiesto de arcilla.
En verano, la sensación de frescor era agradable; en invierno, el frío se
acentuaba por la falta de luz. Y cuando digo que se acentuaba, quiero decir que
se acentuaba.
Al lado de
los basares había una miserable estufa de leña en la que se guisaba hasta que
aparecieron, por obra y gracia de la modernidad, los primeros infernillos de
petróleo. Luego también había una mesa pequeña y asientos, que no sillas, con
el culo de madera o de cuerda cruzada. Y allí se guardaban también platos, cubiertos,
ollas y sartenes....
Me falla la
memoria, me traicionan los datos. No puedo concebir cómo en un lugar tan
pequeño cabían tantas cosas y tanta gente. Pero así era. Porque, incluso tras
morir el abuelo, los domingos, allí nos reuníamos nosotros cuatro, la abuela,
Pedro y la Carmen, y si alguien se añadía era también bienvenido. Después se
instalaría allí, también, el tío Poli cuando regresó de África.
Cuando se
hacía de noche, la única luz provenía de una pobre y solitaria bombilla colgada
del techo que se accionaba con un interruptor giratorio. Allí transcurría parte
de nuestras vidas.
Un recuerdo:
en verano, para paliar las molestias de las abundantes moscas, se colgaba del
techo una tira adhesiva color miel en el que se pegaban y luchaban hasta que
morían. Cuando estaba casi negra de insectos, se sustituía por otra y vuelta a
empezar.
Nuestra vida
no era muy interesante, así que pasábamos largos ratos contemplando los
estertores de aquellos animalillos. Pero el aburrimiento espolea la
creatividad, y así fue que una tarde Pablo y yo decidimos —y no por compasión—
mitigar los sufrimientos de una de aquellas criaturas por el método de la
incineración. Tomamos la caja de cerillas, encendimos una y la acercamos para
quemar al puñetero animalejo. Y entonces nos percatamos del significado
terrible del concepto “inflamabilidad”, porque en un instante la tira adhesiva
se incendió que daba gusto verla.
Gracias a
Dios no llegó la sangre al río y esa noche la familia durmió en la casa, pero
en el techo quedó una inmensa mancha negra. Algo más tarde, nuestros culos
tomaban un matiz morado a juego. Y es que madre nunca gozó de un fino sentido
del humor ni apreció la creatividad. Una pena.
En el más
allá, imagino que las moscas brindaban por su cumplida venganza. En el más acá,
la cocina de la abuela aguantaba, estoica, otra hazaña nuestra. Y así perduró
un tiempo, hasta que la volvieron a enjalbegar. Y nosotros a hacer otra de las
nuestras. Es lo maravilloso de aburrirse de vez en cuando.
El original, por si lo habéis olvidado, en aquel
viejo blog compartido: http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2013/04/cartas-mis-hermanos-3-espacios-la.html
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.
Que lindos relatos, me causaron mucha risa y por supuesto me encanto tu blog
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