jueves, 9 de junio de 2016

Los amigos sirven…

No me gusta la palabra “raíces”, y menos aún me gusta la imagen. Las raíces se entierran en el suelo, se retuercen entre el barro, prosperan en las tinieblas; tienen al  árbol cautivo desde que nace y lo nutren a cambio de su chantaje —¡si te liberas, te mueres!—
A los árboles no les queda más remedio que resignarse, necesitan tener raíces; los hombres, no. Respiramos la luz, codiciamos el cielo, y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. La savia del suelo natal no nos entra por los pies para subirnos hasta la cabeza, los pies sólo nos sirven para andar. Lo único que nos importa son los caminos. Ellos nos llevan: de la pobreza a la riqueza, o a otra pobreza; de la servidumbre a la libertad, o a la muerte violenta. Nos prometen, nos transportan, nos impulsan y, luego, nos abandonan. Y entonces nos morimos, igual que nacimos, a la vera de un camino que no habíamos escogido.
En contra de lo que sucede con los árboles, los caminos no brotan del suelo al azar de las sementeras. Tienen un origen, igual que nosotros. (…) 
Un origen ilusorio, puesto que una carretera nunca empieza de verdad en sitio alguno; antes de la primera revuelta, algo más atrás, ya había otra revuelta, y otra más. Origen inaprensible porque en cada encrucijada se han sumado otros caminos que procedían de otros orígenes. Si fuera menester echar cuenta de todas esas confluencias, daríamos cien veces la vuelta a la Tierra.
­¡Así debe ser cuando de mi gente se trata! Pertenezco a una tribu que, desde siempre, vive como nómada en un desierto del tamaño del mundo. Nuestros países son oasis de los que nos vamos cuando se seca el manantial; nuestras casas son tiendas vestidas de piedra; nuestras nacionalidades dependen de fechas y de barcos. Lo único que nos vincula, por encima de las generaciones, por encima de los mares, por encima de la Babel de las lenguas, es el murmullo de un apellido.
                             Amin Maalouf.— Orígenes.  Madrid: Alianza Ed., 2004.

De mi primera lectura del libanés A. Maalouf data mi descubrimiento de que no tengo raíces, sino orígenes. Creo que hay otras personas que las tienen, o que creen que las tienen; yo no. También a mí la palabra “raíces”, sin saber por qué, me desagradaba. Así que cuando leí al señor Amin se me aclararon ciertas ideas y encontré una narración que definía algunos de mis sentimientos. Se hizo un poco de luz en mi interior oscuro; descubrí un poco más quién era y qué hacía; y por qué. 
Pasaron los años; dejé, incluso, de leer novelas. Pero, por un deseo inexplicable de dar vueltas, uno cambia y luego cambia de nuevo para volver a estar en un lugar parecido a donde ya había estado. Como si la añoranza esperara sólo una oportunidad para dominarnos.
Hace unos meses, en una época de desorientación y crisis, me sentí tentado y volví a leer a este autor: no lo busqué conscientemente; simplemente me topé con una novela suya titulada, precisamente, Los desorientados. Con una trama curiosa porque trata de alguien que regresa a su antigua patria, a reencontrarse con viejos amigos, algunos de ellos también exiliados; a recordar paisajes de la infancia. Así que es posible que lo que nos vincula sea algo más que el murmullo de un apellido.
En ella leí la frase que ahora caligrafío pensando en vosotros. Si no fuera demasiado reiterativo, os daría de nuevo las gracias; a cada una, a cada uno, por los motivos más diversos. Siempre importantes. 
Porque, para los que no estamos sujetos a la tierra y vagamos por el mundo, hay caminos que se bifurcan, y otros que se cruzan, y tramos que se comparten. Y, aunque siempre se camine hacia adelante, hay caminos que vuelven y paisajes a los que regresamos. Y ahí es donde anidan las mejores ilusiones; esas que gracias a esa alquimia que es la amistad— en contadas ocasiones se cumplen y, cuanto menos, persisten y nos alegran la existencia.

La inicial es una variante de un boceto anterior que, a su vez, era otra variante de otro. Lo que prueba que antes de un recodo existe otro, y que otro vendrá después.

Está realizada sobre papel blanco de acuarela de Garzapapel, con barbas a los cuatro lados y un tamaño aproximado de 20 x 20 cm. He utilizado tintas, gouache y acuarelas.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Géminis de 2016 A.D.


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