sábado, 31 de marzo de 2018

Un nuevo árbol familiar (bocetos)

Ya es primavera. Ha comenzado el Año de Gracia, coincidente con el zodiacal. Es el momento de colgar alguna cosa nueva.
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Cada vez me distrae más hacer árboles familiares. En este caso, a partir de  una petición de mi hija Andrea. Ha sido un trabajo largo, con los primeros apuntes realizados justo al comienzo del invierno.
Y es que lo que más entretiene es pensarlo. Jugar con ideas, plantear soluciones. Como con la geometría de base, por ejemplo, en la que suelo trabajar con números y formas y sus posibles significados  y que, curiosamente, suele permanecer oculta en el resultado final. 
Por ejemplo, en la primera versión, en la que el tronco estaba formado por una de esas representaciones gráficas de una cadena de ADN, los números elementales eran el 1, el 2, el 5 y el 7 y las formas básicas el círculo y la elipse. 

En la versión definitiva, sin embargo, me decidí por el predominio de los números pares y elegí el 2, el 4 y el 6 junto con el 5, al tiempo que me centraba en el círculo como figura dominante. 

Curiosamente, una vez escaneado para publicar o modificado para realizar el original, aun siendo idénticas las relaciones, esos valores se ocultan. Por ejemplo: si se observa el boceto —en el original ni se percibe—, se ve claramente que la altura del árbol son 5 círculos, pero no puede saberse que el diámetro de ellos es de  4 cm. o que el radio del círculo de la copa es de 6 cm., con lo que la ésta completa nos remite al número 12, o que la altura total es de 20 cm. (resultado de duplicar el 10). 

El árbol, tras estudiar algunas posibilidades, lo eligió ella: sería un limonero con flores y frutos, aunque para las orlas y la decoración de la O capitular del poema usaríamos las hojas y los frutos del roble. El primero, luminoso, fresco y con un aroma profundo, alude al Mediterráneo; el segundo, al Atlántico. Dos mundos que han de coexistir con sus peculiaridades.

La copa formaría una copa —literalmente, valga la redundancia— y las raíces otra diferente, más plana y truncada a derecha e izquierda, formada por cuatro elementos que, en el centro, se irían entrelazando formando tres corazones, que en la obra final quedarían disimulados por las raíces secundarias. 
La copa del árbol, por cierto, no forma un semicírculo, sino que, siguiendo el diseño de una copa de vino, supera la línea del diámetro para estrecharse un poco formando la boca. Y se introdujo también un semicírculo más pequeño, en el centro, para dar cabida a una de las iniciales del logo superior. Ambas copas estarían dispuestas con el lado abierto hacia arriba.
Los nombres de la familia irían en la filacteria que rodearía el tronco.

En la parte inferior, bajo copa formada por las raíces y separado por una orla de hojas y frutos de roble, un fragmento del poema de Ella Wheeler Wilcox (1850-1919) que ya habíamos utilizado como frase básica en la rosa de los vientos que se llevó a Gent cuando fue a hacer su Erasmus. 

Ferdinandus d.s. Publicado el Sábado de Gloria, bajo el signo de Aries de 2018 A.D. y 2019 A.G.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Felicitación familiar de Navidad. 2017. “Nada mejor que una mezcla de flaquezas”.

Nada mejor que una mezcla de flaquezas para atemperar la arrogancia humana. Ellas nos dan la lección justa para que no nos ensañemos con el prójimo, porque muy a menudo somos nosotros quienes merecemos el castigo. Cuando, iracundos, condenamos, nos llaman suavemente la atención y nos aconsejan dulzura en voz baja.


La frase me impactó en su momento; la había encontrado en el tercer volumen de la Trilogía de Salterton, de Robertson Davies, y la caligrafié, allá por abril de 2016 —http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/search?q=flaquezas —, pero la inicial no me acabó de convencer nunca. Pensé que la frase se merecía otra más acorde. 

Luego, sin prisas, fui buscando la frase original, dado que la única referencia que daba Davies era “Halifax”. Y por fin lo encontré; supe así que éste era el título del marquesado que ostentaba el autor, cuyo nombre era Sir George Saville y que el texto citado se encontraba en la páginas 30-31 de su The Lady’s New-years Gift or Advice to a Daughter, publicado en 1688.
Hoy la repito, con nuestros mejores deseos para todos vosotros.

El original, ahora caligrafiado, dice así: 
Nothing softeneth the Arrogance of our Nature like a Mixture of some Frailties; it is by them we are best told that we must not strike too hard upon others, because we ourselves do so often deserve Blows: They pull our Rage by the Sleeve, and whisper Gentleness to us in our Censure, even when they are rightly applied.

No es, o al menos no lo parece, un mensaje navideño, pero pensamos que sí es un buen propósito para empezar un nuevo ciclo anual: elegir la humildad como ideal de comportamiento y la autocrítica sensata como método para ser un poco más empáticos con los demás. Tener el coraje de mirarnos a ese espejo que son los que nos rodean antes de arrojar la piedra o pronunciar la palabra hiriente. 


El comienzo, como es habitual, está escrito en latín y su significado —¿evidente?— es: 

La familia Torrijos - Van Schoor 
os desea una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo 
2018. 

Pues eso, muchísimas felicidades, a disfrutar en familia… y a ser un poco más humildes, que todo ayuda en esta vida.

En su nombre, 
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Sagitario de 2017 A. D.

P.S.1. Para quienes tengáis tiempo y ganas de un poco de lectura, las reflexiones sobre esta frase, que escribí en su momento a continuación, se encuentran en: http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2016/04/de-la-humildad-como-virtud-reflexiones.html 

P.S.2. Ya no os aburro con datos técnicos; si alguien está interesado en algún material o proceso concreto del trabajo, quedo a su disposición en los comentarios del blog para darle respuesta. Señalar, eso sí, que los dorados conseguidos con el gouache de Schminke y la tinta de Winsor and Newton no se diferencian tanto como esperaba y que, al fotografiarlos, han perdido su brillo (es porque aún no sé iluminar, que conste).

viernes, 15 de diciembre de 2017

Un melocotonero en un Tarot

Llevaba tiempo sin dibujar, sin caligrafiar, sin escribir. Casi sin hacer nada; sólo casi. Sin ni siquiera estar preocupado por mi indolencia ni sintiéndome culpable por mi pereza. Será por algo, me decía. No importa que ahora no sepas por qué, me consolaba; será por algo.
Pero vayamos a lo que nos ocupa: nuestros amigos, Ramón y Mari Carmen, cumplen cuarenta años de matrimonio. Lo saben, lo común es celebrar los 50 pero, seamos sensatos ¿para qué subyugar lo mítico a lo vulgar? 
Cuarenta es uno de los números mágicos en nuestra tradición: son los días y noches que duró el diluvio, los que Moisés anduvo por el Sinaí, esperando las Tablas de la Ley;  los que pasó Jesús en el desierto, tentado por el demonio; la cuaresma que marca el paso del carnaval a la Pascua; en cuarentena se dejaba a los barcos sospechosos de infecciones; las cuarenta se cantan en el tute… ¿a qué viene, pues, eso de esperar? Celebran, como digo, sus cuarenta años de matrimonio.  
Y como será una reunión de auténticos amigos y se indicó que no debían llevarse regalos al estilo tradicional —otra cosa era un discurso, una canción, algo hecho para ellos o para todos—, mi mujer pensó que podríamos aportar un libro para que cada cual dejara escrito lo que deseara para ellos. Un libro de todos.
Ella se encargaría de la encuadernación; yo, de las ilustraciones del principio y final. Ella eligió, esta vez, un estilo que nunca habíamos hecho en casa: la del cosido secreto belga. 




A mí me costó encontrar el motivo. De hecho, siendo sincero, más bien el motivo me encontró a mí. A partir de una idea básica, que consistía en un melocotonero —en alusión al blog de Mari Carmen mediante el cual nos convocaron y nos mantenían informados, https://malacatonesblog.wordpress.com —  fui haciendo “cambios nocturnos”, esto es, añadiendo y cambiando cosas según me sorprendían las ideas al despertarme en plena noche. Y me despierto a menudo; y han sido muchas noches.

Así, cambié la forma de las raíces varias veces, desde un original corazón a una especie de pecho femenino; la proporción de las hojas, la posición de los melocotones en el suelo. Luego me percaté de la forma ovoidal que se formaba y decidí separar cromáticamente el exterior del interior. 

La última ventolada fue una especie de revelación: Supe que, inconscientemente, lo que estaba dibujando era la carta de un Tarot inexistente. Un nuevo arcano mayor de un juego de naipes imaginario hasta ese preciso momento. El número de la carta estaba claro: el 40 (XL en numeración romana); el nombre: El Árbol —era un melocotonero, pero presentí que debía ir más allá, a lo genérico—.
Sobre el idioma en que rotularla, reconozco que dudé entre un mix castellano-catalán —El árbol - L’Arbre— e incluso recurrir al latín. Finalmente opté por el inglés: no sólo es el equivalente moderno al latín medieval; es también la lengua materna de los dos lugares donde podría encontrarse este imaginario Tarot: o en la isla de Neverland, donde habita Peter Pan, o en ese Wonderland subterráneo, donde Alicia conoció al Conejo Blanco, la Reina de Corazones o el Gato de Cheshire.

Por cierto, la frase que decora las dos últimas páginas corresponde al diálogo entre la protagonista y ese gato de sonrisa enigmática.
En la imagen, por supuesto, hay muchas anotaciones simbólicas, tal y como corresponde a este tipo de naipes: 
En la carta, una especie de huevo primigenio encierra tres seres vivos: un melocotonero, un gusano y un cuervo. Esta forma ovoide lo cierra todo, separando un primer interior de un primer exterior, el día de la noche, pero dos elementos se escapan: a la izquierda, la parte final de la filacteria que contiene sus nombres —y que hay que leer de abajo arriba, de la tierra al cielo, tal y como señala también el otro extremo de la filacteria—, que apunta, partida también en dos, hacia abajo. A la derecha, un cuervo que se ha introducido en la obra y cuya cola —que también apunta hacia abajo— roza incluso el extremo del naipe, saliéndose no sólo del dibujo, sino hasta de los márgenes. Este cuervo, que picotea uno de los dos frutos caídos, nos descubre que su hueso, su semilla, es dorada; igual que las anteras de los estambres de las tres flores que hay en el centro de la copa.
Los números predominantes, como puede observarse, son los pares: el seis, el cuatro y el dos, aunque también es fácil encontrar el tres.
La copa del árbol está inscrita en un hexágono, donde el perfil superior es distinto al inferior; en su interior, hay cuatro frutos visibles y esas tres flores ya citadas, de las cuales dos están ya abiertas y una emergiendo. 
Un segundo interior está separado de un segundo exterior: la tierra del aire, encontrándose lo liminar en el suelo, cubierto de hierba, donde reposan los dos frutos caídos y la base del tronco, que permite ver ligeramente el comienzo de las raíces. En ese límite, el melocotón de la izquierda, ligeramente más hundido en la tierra, contiene un gusano como nexo de unión, que de él se alimenta y devuelve la vida al interior para que el árbol pueda seguir creciendo. El de la derecha, picoteado por el cuervo, descubre su semilla dorada y permite preguntarse si permitirá crecer algún día, en un lugar distinto, un árbol nuevo. 
Las raíces son engañosas: parecen cuatro, pero, si se siguen, son únicamente dos sin fin fuera del propio árbol, entrelazadas e imposibles de separar sin romperlo todo. No se alimentan de su final, que no existe, sino a lo largo de todo su recorrido. Diminutos objetos —¿huevos, larvas, semillas…?— rodean y quizás las nutren.
Hasta aquí lo que cualquiera puede observar. Encontrar los significados es cosa del contexto en que aparezca este arcano y la imaginación de cada cual.
Ferdinandus, d. s. bajo el signo de Sagitario del Año del Señor de 2017


martes, 16 de mayo de 2017

Para mis hijo e hijas: Rememorando “El Señor de los Anillos”

En 1937 J. R. R. Tolkien, profesor de anglosajón en Oxford, empezaba a escribir The Lord of the Rings. Nuestros conciudadanos de aquel momento, ajenos a las peripecias de la Tierra Media, se masacraban en una guerra fratricida. Y es que los mundos paralelos son incontables, y sus posibles relaciones, curiosas. Entre 1954 y 1955 se publicarían los tres volúmenes de la saga. Luego llegó la fama y la popularidad.

Yo la conocería más tarde. Me la había recomendado encarecidamente una amiga norteamericana y a finales de los setenta me hice con ella en la edición de Minotauro; después vendrían El hobbit y El Silmarilion. Durante años se movieron conmigo de un domicilio  otro, luego durmieron plácidamente en una estantería. Me hice mayor. 

A partir de 2001 se estrenaron las versiones cinematográficas de Peter Jackson. Lo recuerdo como una explosión; las adaptaciones previas habían pasado sin pena ni gloria, pero esta llegó para quedarse. Yo también había cambiado: era padre de un hijo y de dos hijas de 10, 8 y 6 años. Y Tolkien y la Comunidad del Anillo volvieron a entrar en casa; pero por la puerta grande.

Mis hijos también crecieron aunque, en su adolescencia, más de una vez repetimos juntos el visionado activo, llenando cada silencio con nuestros comentarios.

Como ya expliqué en el post sobre los bocetos —http://ferdinandusscripsit.blogspot.com.es/2017/04/mi-prole-y-la-comunidad-del-anillo.html  —, cuando mis hijos volvieron a la carga no puede resistirme. Y estos son los resultados. Como ellos: iguales… pero diferentes. 

En cuanto a las tipografías, he combinado letras y textos en tangwar —textos en negro, cada uno relacionado con cada uno de mis hijos, y los caracteres que aparecen en las cuatro esquinas—, en antiguo élfico —el texto en rojo se corresponde, con variantes, al del anillo que descubre Frodo y que consta en la página 77— e incluso caracteres Feänorianos —los que aparecen en el arco superior, una adaptación del que propio Tolkien dibujaría para ilustrar La Comunidad del Anillo —y que aparece en la página 433—.

Bajo este arco, que he decorado en la parte superior con hojas y en la inferior con tres hojas doradas, he sustituido la corona original por el ourobos doble, de los cuales uno es dorado y el otro lleva el color correspondiente a mi hijo o a cada una de mis hijas.

Flanqueando el arco, las iniciales de los otros dos hermanos. Flanqueando las raíces, nuestras iniciales, situadas en la misma posición para nuestras hijas, pero invertidas en el caso de nuestro hijo.
El resto de comentarios posibles forma parte del ámbito familiar.

Ferdinandus, d.s. bajo los signos de Aries y Tauro

sábado, 15 de abril de 2017

Mi prole y La Comunidad del Anillo. Bocetos.

Hace poco sucedió algo curioso: mis dos hijas volvieron a recordarme la saga de El Señor de los Anillos. No importa aquí cómo. El caso es que decidí entretenerme en hacer algo para sonreír por lo nuevo y rememorar lo viejo. Mi hijo no tardó en apuntarse, así que comencé a realizar tres trabajos con cosas comunes y diferentes. 
En común, por supuesto, los bocetos preliminares que formarían el corpus. En ellos destacan: Un doble ouroboros —un símbolo usado por alquimistas y masones, entre otros— a situar en la parte superior, bajo el arco que formarán las ramas del árbol doble. Me pareció lo ideal para expresar la unidad, el retorno, la dualidad. También lo elegí porque, como mito, se divulgó a partir de 1922 en la novela La serpiente Uróboros, que promovió su estudio y se ha considerado antecesora de la obra de Tolkien.
Como curiosidad, huí del típico diseño de serpiente circular mordiéndose la cola y preferí un reptil cercano evolutivamente a un ofidio pero ya con patas —una especie de antepasado del lagarto—. De otro lado, lo quise doble y, en lugar del círculo, elegí el símbolo del infinito.

He trabajado también con diferentes diseños del árbol doble —esto parece una oferta de dos por uno—, tanto para los troncos como para las ramas que formarán las columnas laterales y se unirán en el arco superior.


Las raíces del mismo, por cierto, podría ser un típico diseño celta, pero podemos encontrarlo también en algunas ilustraciones tradicionales del Este europeo.


Por último, utilicé el diseño en tengwar que me dieron mis hijas, que será el motivo central y trabajé también los tres logos que irán uno en cada trabajo.
Para finalizar, el esquema general, simétrico para variar.


Ferdinandus, d.s. bajo los signos de Acuario y Piscis

domingo, 9 de abril de 2017

Fermín & Sonia, o viceversa.

¿Demasiado alambicado, rococó incluso? Posiblemente. Pero es que soy así y así son, también, los recuerdos que me han llevado a realizar este trabajo: días llenos de experiencias, de paseos, de gargantas, de ríos, de bosques de pino rodeno o de arce de Montpellier, de animales salvajes, de formas, colores y sonidos extraordinarios; y siempre de la mañana a la noche. 
Fue en la sierra turolense, paseando alguna vez por las calles de Teruel, Albarracín y otros pueblos de la comarca. Y era un otoño casi de manual. E hicimos el recorrido con un guía de lujo.
Ha pasado mucho tiempo, es cierto, pero es que necesitaba que, si no todo, al menos la mayoría de los elementos tuvieran un por qué; que significaran algo. He buscado no tanto que me expresaran a mí sino los mostraran a ellos.
 

De ahí también los cambios: se han ido produciendo a medida que intuía que me equivocaba en algo. Por ejemplo, la S inicial tuve claro al principio que debía quedar inscrita en un círculo —la Tierra— pero después entendí que tenía que hacerla “casar” con la F y que eso significaba hacer más “achaparrada” ésta y “ovalar” un poco la primera.
Otros elementos estuvieron claros desde el primer momento: Acompañando las iniciales debían estar dos animales significativos: el martín pescador y la graellsia isabelae. Si hubiera sido mejor miniaturista me habría atrevido también con una nutria, pero me limité a anotar el nombre científico —lutra lutra— en el margen derecho, junto a los del pino rodeno y otros.
Las orlas superior e inferior debían tener las hojas y los frutos —en disámaras— del arce de montpellier. El color de estos frutos remite al final de verano; el de las hojas, al principio del otoño.

El trabajo quedó dividido en tres zonas: la superior, dedicada a Sonia, comienza con una orla formada por una rama sin fin compuesta de doce círculos —los signos del zodiaco, la bóveda celeste— con las hojas y los frutos apuntando hacia arriba. 
El texto, que hace referencia a mi visión de su personalidad, con cierta tendencia a la mística y al trascendentalismo, está caligrafiado con acuarela de tonos azul-verdosos, aunque predomina el color del cielo. Los tonos verdes remiten al reflejo de las copas de los árboles en los ríos cuando llega la primavera.
En la zona centro predomina la asimetría y cierto caos. Como presidiendo, y apoyado sobre la F inicial de Fermín, el martín pescador; luego las iniciales compartiendo el dorado pero alterando los tonos: La F se complementa de azul —el color predominante en el texto para Sonia— y la S de verde —más centrado en los tonos de Fermín— . En diagonal con el ave, y apoyada en la S, la graellsia isabeliae.

Dominando todo, ambas letras, entrelazadas y unidas con una filacteria con el resto de sus nombres. Y luego todo el rededor orlado con los colores de ambos. A la derecha, con el texto en vertical, los nombres de algunas especies en latín. El último, capra pyrenaica, no cabía, así que se quedó a medias. Un animal, por cierto, que hasta hace dos décadas no había empezado la colonización de la Serranía Ibérica.
En la parte inferior, el texto dedicado a Fermín, con colores de bosques en otoño. El texto hace referencia a realidades inútilmente perdidas y que él recupera, y es que, aunque una de sus excusas preferidas para pasarse días en el campo es la fotografía, en el fondo subyace una necesidad casi primitiva —en el mejor sentido de la palabra— de volver a sentirse uno con la Naturaleza. 
Yo lo percibo como un naturalista clásico, que sólo roza el academicismo, pero que suple con su conocimiento profundo del medio lo que pueda faltarle en ese campo.
En la parte inferior vuelve a repetirse la orla con hojas y frutos del acer monspessulanum, pero esta vez diferenciada: de un lado, la rama, que también se cierra sobre sí misma, tiene sólo once círculos pero, en cambio, de cada uno de ellos salen dos pequeñas ramitas con una hoja y un fruto señalando, esta vez, el arriba y el abajo. Y aquí prefiero que cada cual interprete, si lo desea, lo que le parezca.
Una nota final: Tan dispares entre ellos y, sin embargo, tan unidos y cercanos, para señalar simbólicamente esos elementos en común utilicé el rojo de las iniciales del texto, las capitulares entrelazadas, la filacteria que las abraza, que es una, aunque los nombres aparezcan separados; las líneas doradas que sirven de guía; los colores mezclados en las orlas de alrededor y las hojas y frutos del arce de Montpellier.
Con un abrazo mío y otro de Godelieve para cada uno de vosotros.

Ferdinandus, d.s. bajo los signos de Acuario, Piscis y Aries