martes, 4 de agosto de 2020

Un árbol —o tres— para mi hermano Pablo

Este ha sido uno de esos trabajos largos. No por la laboriosidad, sino por la desazón que lo ha acompañado. 

De una primera versión tengo ya bocetos del 22 de marzo. Estábamos en pleno confinamiento. Era el mismo árbol, pero diferente. Encerrado en un óvalo en vez de en un círculo, incluía también retortas,  matraces, un fuelle y otros elementos relacionados con la alquimia. 

Se me ocurrió pintar las hojas de una forma totalmente diferente, usar fondos claros. Y en un momento dado todo me superó y lo dejé reposar. 

Luego se me ocurrió hacer lo mismo pero de una manera más tradicional. Y a primeros de mayo comencé éste.

En estos meses han pasado muchas cosas y he ido intercalando otros trabajos.

Y ahora por fin lo veo acabado. A mi esposa le gustaba mucho más el otro. A mí la verdad es que también; lo tengo ahí, en espera de algún día en que sienta que es el momento de finalizarlo. 

Entre tanto, el actual:

El árbol, en realidad, son tres tejos con los troncos entrelazados. Dos hembras y un macho. 

Las hembras pertenecen a dos subespecies diferentes, el tejo negro común Taxus bacata (frutos rojos) y la variedad Taxus bacata lutea (frutos amarillos). Bueno, en realidad uso la palabra “frutos” para entendernos porque, al ser una planta gimnosperma, lo que se ve es el arilo, o cubierta carnosa que recubre la semilla.

El macho se caracteriza por producir unas estructuras esféricas —doradas en mi árbol— capaces de liberar polen.


El tejo es un árbol al que mi hermano le tiene mucha querencia. Es realmente curioso: no sólo hay machos y hembras —hay otros árboles que también poseen esta diferenciación sexual— sino que se extiende la teoría de que pueden cambiar de sexo —aunque muy lentamente— con la edad y las condiciones climáticas (el tejo de Fortingall, en Escocia, de unos 5.000 años, parece ser que está “dando el cambio”). 

Además de tener la mejor madera para fabricar arcos, por lo que se le utilizó como símbolo de la guerra en la Edad Media, en la mitología celta —Ydgrassil— es un árbol funerario y se relaciona con la runa sagrada Eihwaz, que simboliza el eje vertical que permite el paso del mundo terrestre al celeste.

En este caso, acompañándolo están un ouroboros que forma el símbolo de infinito rodeando los troncos, una planta de Datura extramonium (a nuestra derecha), otra de Atropa belladona (a nuestra izquierda), y una hembra de Mandrágora officinarum, cuyas hojas salen del círculo y cuya raíz enlaza con la del tronco macho central. Cerrando esa unión, en dorado, una letra hebrea Peh, que corresponde a la P pero también a la F.  En la parte superior derecha, emergiendo del follaje, un cuervo.

Los significados de todos estos elementos —que haberlos, haylos— son tan amplios que dejo su interpretación al antojo del que lo desee. 

En la filacteria puede leerse, «Paolo, T. P. Fratello, nato vicino a due fiumi sotto il signo della Vergine dell’anno Dominici Incarnationi MCMLII». En italiano, en recuerdo de algún origen.

Ferdinandus, d.s. Finalizado entre el segundo decanato de Leo del Anno Dominice Incarnationis de MMXX.


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